martes, 28 de julio de 2015

Mis aforismos de andar por casa (III)


Os dejo a continuación algunos aforismos (y relatos) que he escrito personalmente. Se agradecen comentarios y/o críticas:

I
Cada mañana abro los ojos y pienso: ¿todavía no? ¿aún es necesario que siga actuando durante más tiempo en este extraño escenario? Que así sea, continuemos con el teatrillo, que no se diga que no es por voluntad...


II
Qué gran poder tiene el proceso evolutivo: es capaz de generar seres racionales, que se afanan en luchar, sin una razón determinada, con tanta o más vehemencia que un simple gusano.


III
Un viandante se encuentra ante un hombre a punto de lanzarse desde un puente. Inmediatamente se dirige hacia él y le dice:
- ¡No lo haga, amigo! ¡No se tire!
- ¿Por qué no? -replica el suicida con tono tranquilo mientras gira la cabeza.
- Sea cual sea su problema, seguro que se puede solucionar. ¡No se tire, por el amor de Dios!
- Se equivoca. Yo no tengo ningún problema fuera de lo normal. Resulta que simplemente no quiero vivir más. -dice el suicida con una expresión tranquila y calmada.
- Pero...¿cómo puede usted decir eso? ¿cómo intenta usted matarse si no tiene siquiera un problema agobiante que lo empuje a ello? 
- No lo sé -dice el suicida-, pero dígame usted: ¿por qué pone tanto empeño en salvarme? ¿qué importancia tiene para usted mi vida, cuando ni siquiera conocía de su existencia hace un momento?
- Pues, no sé. Me veo en la obligación moral de intentar ayudar al prójimo...Pero, por favor, ¡no se tire! Podemos hablar todo esto con tranquilidad. Venga, baje de ahí (el viandante da un paso en la dirección del suicida).
- Eso que usted llama moral, no es más que un resultado determinado por algoritmos almacenados evolutivamente en la red neuronal de su cerebro. No es usted el que quiere salvarme; es más, usted no es libre para pasar de largo y dejarme morir en paz. Me quiere salvar, porque me debe salvar: es su obligación.
- ...eh, no entiendo...yo (el viandante balbucea sin entender)...mire, no entiendo eso que me está contando, pero si usted baja de ahí le prometo que podremos hablarlo con tranquidad...
(el viandante da otro paso)
- Adiós, amigo (dice el suicida, mientras salta al vacío con una sonrisa en los labios)

IV
El psicólogo arreglaba su mesa mientras esperaba la llegada del siguiente paciente a su consulta. Llevaba 25 años trabajando en aquella misma sala, y, felizmente, muy pronto llegaría la hora de su jubilación. El próximo cliente de aquella larga tarde de verano sería un chaval de 16 años de edad. Según la nota que había tomado su secretaria, se trataba de un chico que padecía depresión, y ya tenía en mente la estrategia que seguiría para intentar ayudarlo: tantos años de experiencia le permitían clasificar fácilmente los pacientes según edad y problema, y tenía memorizada la técnica general que utilizaría para cada caso.

Mientras pensaba despreocupado en todo esto al mismo tiempo que arreglaba la mesa de papeles, el paciente pasó a la sala acompañado por su secretaria. Era un adolescente de apariencia muy normal: alto y no mal parecido; aunque con el ceño un tanto fruncido. Todo apuntaba a que todo sería un caso sencillo: algún problema de amorío seguramente:

- Buenas tardes -dijo el terapeuta mientras mostraba una gran sonrisa al paciente-, soy el doctor Rodríguez. Dígame en qué puedo ayudarlo.
- Buenas -dijo el chico mientras se sentaba en la silla sin modificar lo más mínimo su expresión-. Necesito que me explique por qué tengo que vivir...
- ...
Evidentemente, el doctor no se esperaba semejante pregunta, la cual recibió como un mazazo. "¿Pero qué narices?" -pensó acalorado.
- Eh, ah...A ver, chico. Pero, ¿qué problema tienes? -terminó por espetar el doctor.
- Pues tengo varios problemas. Pero no me preocupan, porque que ya estoy acostumbrado a solucionarlos. Lo que realmente necesito saber es por qué tengo que afrontar y superar constantemente problemas: ¿para qué tengo que vivir?
- ...
El doctor aleteaba con las manos, acalorado. ¿Cómo podía este muchachillo ponerlo en semejante aprieto con todos sus años de experiencia? Intentó relajar su mente, y afrontar con profesionalidad la situación.
- ...
El chaval lo miraba con interés directamente a los ojos.
- Eh, pues...pues porque hay que vivir -dijo Rodríguez tratabillandose al hablar-...todos tenemos que vivir -terminó afirmando nervioso.

El adolescente agachó la mirada profundamente decepcionado. Realmente había depositado esperanzas en aquella persona en apariencia tan formada. Se levantó de la mesa con calma, y salió de la consulta sin ni siquiera despedirse.

El doctor, licenciado en medicina, especializado en psiquiatría, y con estudios de psicología; se sentía estúpido. Estúpido y abochornado. ¿Qué había pasado ahí? No entendía nada. Sin embargo, no consiguió sacar fuerzas (¿o era más bien valor?), para seguir al chico. Aquel caso lo acompañaría y lo atormentaría el resto de su vida: "¿para qué tenemos que vivir?" fue desde ese día su única obsesión.   

Lo dejo aquí por hoy. Sólo comentar, que el relato corto número IV está basado en hechos reales. No recuerdo si fue con 15 ó 16 años cuando me planté en la consulta de un psicólogo, ni tampoco recuerdo si el psicólogo (que también era psiquiatra), se apellidaba Rodríguez (aunque me parece que sí); pero el resto del relato es verídico, y la conversación es idéntica a la que tuvo lugar (idéntica hasta donde puedo recordar, que hace ya muchos años de eso :P).

Un saludo a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario