domingo, 20 de diciembre de 2020

Elige: ¿optimista imbécil o pesimista enfermo?

La idea de la muerte (y del olvido personal) se basa en un hecho firme: ya estuvimos muertos antes de nacer y sin duda volveremos a estarlo. Y este hecho (la muerte del individuo) lo produce mecánicamente el despedazamiento de la estructura física del órgano biológico que llamamos cerebro. Por otra parte; el amor, la pasión, y demás ideas románticas y optimistas, son únicamente fruto de la actividad eléctrica de ese mismo cerebro (propuesto a ser destrozado más pronto que tarde); ¡pero hay que remarcar que este romanticismo no descansa sobre hechos físicos!

Repitámoslo: estas ideas optimistas son GENERADAS INTERNAMENTE (de manera inconsciente en muchas ocasiones) por nuestro cerebro para hacernos actuar (obligarnos a actuar) bajo fines evolutivos: es decir, que son propuestas grabadas ad hoc y que tienen como fin que el soma desechable que equipa el susodicho cerebro en cuestión desarrolle eficientemente su tarea vital de aumento entrópico (a pesar de que esta tarea sea subjetivamente inútil y del reconocimiento consciente de que vamos a desaparecer en cuestión de décadas una vez hayamos consumido toda la energía posible; que por cierto es lo único que le "interesa" al Universo y sus leyes).

Por otra parte el pesimismo como tal ciertamente es otro ideal, pero se basa en un hecho físico que no admite discusión: nuestro concepto del Yo (ser consciente) se esfumará de la realidad en cuanto nuestra estructura cerebral se destruya (lo mismo que no existía antes del nacimiento); una destrucción que ocurrirá en muy poco tiempo: cosmológicamente hablando la vida y las acciones de un individuo no suponen nada, menos que un breve pestañeo. Para más inri, poco después de nuestra muerte todo rastro de nuestro paso por la existencia también será borrado (termodinámica mediante) conforme nuestros seres queridos y nuestras obras vayan también cayendo bajo el yugo de la segunda ley (el paso del tiempo).

En resumen:

Que la pasión, el amor a la vida y demás propuestas optimistas son ideas internas provocadas y promovidas dentro de nuestro cerebro de mono venido a más, el cual tuvo que recibir evolutivamente un apoyo cerebral ad hoc en forma de sesgo (racional) hacia una visión optimista y mágico-religiosa de la realidad. Y estos sesgos, en forma de ideales no correspondidos por la realidad externa, sirven por tanto SIEMPRE en pos del proceso evolutivo: ¡hay que ser feliz aunque estemos de mierda hasta el cuello! ¡Continúa con el (subjetivamente inútil) ciclo vital con fuerza vehemencia y pasión! ¡Actúa como si tus actos importasen para algo! Es decir, piensa lo que quieras siempre y cuando el mandamiento evolutivo de consumo energético y aumento entrópico se mantenga constantemente en el máximo posible dadas las circunstancias. Al mundo se la suda si los humanos son más o menos felices mientras giren en la rueda; resulta que simplemente es evolutivamente más estable un asno ilusamente feliz que un asno realista y amargado.

Porque el pensamiento pesimista se basa en hechos reales y tangibles pero NO es evolutivamente estable (no es afín al principio básico de la Naturaleza: devorar gradientes al mayor ritmo posible). Y esto implica que el pesimista sea un bicho muy raro y marginal dentro de la población. El optimista y el romántico, por contra, aún basando sus ideas en premisas no correspondidas con la realidad (a veces ideas ridículas como las de la trinidad, el hombre hecho a semejanza de Dios, el Bien común, etc.), poseen el don de remar a favor del objetivo termodinámico y por tanto el mundo sesga espontáneamente cerebros con tendencia a pensar de este modo (normalmente ridículo). Son las personas optimistas, románticas, religiosas y crédulas en general las más estables evolutivamente hablando, y su (apabullante mayor) descendencia heredaron (y heredan) esta tendencia durante millones de años hasta nuestros días.

El pesimista es un realista ("enfermo" carente del sesgo optimista) que nada agobiado en la mierda justo hasta caer rendido en el olvido (y el suicidio no es una alternativa aunque lo parezca); mientras que el optimista es un iluso que nada en la mierda pensando como un imbécil que flota en un océano cristalino, hasta que la realidad lo saca de su ensoñación en los últimos segundos de vida, breve instante en el que por fin ven aterrorizados la mierda a su alrededor.

De cualquier modo, y sean cuales sean los ideales de cada uno, el hecho físico insoslayable es que somos meros somas (máquinas de combustión biológicas) OBLIGADAS cuales marionetas a cumplir un fin termodinámico inútil en relación al sujeto pensante (el cual es absolutamente desechable e intrascendente).

martes, 8 de diciembre de 2020

Morir con humildad

 "Se necesita una inmensa humildad para morir. Lo raro es que todo el mundo la posea."

("Ese maldito yo", Emil Cioran)


Uno de los aforismos más inquietantes de Emil Cioran es este que dice que se necesita de una inmensa humildad para morir. Y es cierto. Cada latido de nuestro corazón es un paso más hacia ese desagradable destino que todos sabemos de manera consciente que está ahí al acecho. ¡Y es realmente increíble la humildad y la sumisión con la que hacemos frente a ese conocimiento fatal! Hasta el enfermo terminal al que le dan pocos meses de vida se las apaña para no dejarse llevar neurotizado por la histeria. Al contrario: pasa por las cinco fases del duelo, normalmente alcanzando todo el mundo el punto de la aceptación.

¿Cómo es eso posible? ¿Cómo consigue la humanidad soportar psicológicamente esa lenta pero segura caída por el precipicio? Los ancianos esperan en el geriátrico su salida en bolsa, pero lo hacen como si tal cosa. Como si sus vidas no pendieran ya del hilo de unos días o meses, con suerte de algunos pocos años. 

Nos apagamos todos como efímeras velas; con modestia, con sumisión y obediencia, con suma humillación. Hicimos lo que evolutimamente se suponía que debíamos hacer, y nos disponemos con desgana pero con docilidad a soportar el hecho de que nuestro cuerpo y nuestro Yo no han sido más que el vehículo (soma) por el que la Naturaleza consiguió el espontáneo acto de aumentar la entropía del Universo. Duplicamos las instrucciones con las que crear nuevas máquinas de degradar gradientes, y tras eso nos dejamos llevar por el trauma de la vejez y la enfermedad. Eso sí, con un servilismo supino: trabajando durante ocho horas diarias para así disipar calor con nuestra producción y con nuestro consumo. Nos aferramos con gusto al eterno ciclo de la necesidad, la frustración, la lucha y la satisfacción. Día tras día, minuto a minuto, mientras nuestro desechable cuerpo aguante.

Y además no le vayas a nadie con este depresivo cuento. La gente no quiere dramas; no quieren oír o entender esta realidad, simplemente quieren continuar en la rueda ¡como burros qué más da!, girar y girar con fuerza y con ganas hasta que la parca los arrastre de mala manera hacia el hoyo. Y es que las personas no sólo mueren con una inquietante dignidad, es ¡que también viven con decoro y nobleza! Pocas, estadísticamente hablando, son las personas que se rebelan, se sublevan o se alzan ante el sinsentido existencial. 

¿Cómo puede uno encerrarse en una habitación a trabajar (disipar calor de manera más o menos directa) durante horas y horas a sabiendas de que en pocas décadas su paso por la existencia se habrá borrado por completo de la faz de la Tierra? ¿Cómo es posible que un histerismo generalizado no se lleve por delante a toda la civilización? Porque es que estamos inmersos en un eterno e inmenso Universo donde vamos a morir pronto todos, y donde nadie nos va a recordar pasadas unas pocas décadas...y aún así giramos humildemente en la rueda. El mundo quiere que la entropía aumente al mayor ritmo posible, y como resultado de este ansia acabó emergiendo el proceso evolutivo biológico. Finalmente esa misma evolución cometió el pecaminoso acto de traer vida consiente a la existencia...y asombrosamente la consciencia de la inutilidad subjetiva del ser no provocó el derrumbe mental de este nuevo complejo y eficiente bicho devorador de gradientes energéticos. ¡Al contrario! Empujamos con más fuerza que ningún otro fenómeno visto hasta el momento (al menos en nuestro planeta).

Uno tras otro los necios asnos van apareciendo, empujando la rueda durante un tiempo, creando una (o varias) copias con las instrucciones para construir nuevos borricos, y finalmente son arrojados a la sepultura: polvo al polvo. ¿Para qué empujar? A nadie le importa. ¿Por qué no llamar a la insurrección? A nadie le interesa la rebelión....es más práctico y evolutivamente estable continuar con la inercia. ¿Y por qué aceptar a la vida y la muerte con resignación? Porque nadie cree realmente que vaya a morir. Paradójicamente la histeria se evita con la neurosis: cada cual con la suya, por supuesto. Algunos creen en el más allá o en la reencarnación. Otros creen en el Bien común o en maravillas tecnológicas que pronto nos harán inmortales. Se piensa que llegado el momento nos salvará la medicina o nos salvará el Ángel; pero nadie de verdad cree de corazón que dejará de ser y que todas sus vivencias y actos pasarán al olvido. Y sin embargo así será...