"Paradójicamente, al magnificar el macrocosmos para encontrar nuestros orígenes, apreciamos claramente tanto el triunfo como la insignificancia del individuo. La unidad más pequeña de vida -una sola célula bacterial- es un monumento de patrones y procesos sin rival en el universo como lo conocemos". (Lynn Margulis y Dorion Sagan)
Problemas. La vida es el arte de conseguir solucionar de manera constante dificultades de orden personal. Si uno echa la vista atrás, vemos que precisamente no hemos hecho otra cosa en la existencia mas que resolver una serie de problemas que se presentan uno tras otro en un constante devenir. Un problema viene a la vez que otro se va, cuando no se da el caso de que varios problemas se unen al mismo tiempo agotando incesantemente nuestras energías.
Porque realmente cuando reflexiono sobre mi vida no veo más que un largo ronroneo mental (de ideas) en busca de soluciones para hacer frente a adversidades; o de interminables planes para lograr una serie de objetivos deseables. Nada más. Una y otra vez lo mismo: se presenta un problema u objetivo, mi mente se afana por lograr la mejor respuesta, actúo en consecuencia, y vuelta a empezar.
Los problemas se suman cuando aparecen y se restan cuando alcanzamos el patrón correcto de actuación, pero la mente irremediablemente se va agotando con esta incesante búsqueda de patrones. Porque cada nuevo día; cada día sin falta, nos garantiza la aparición de insoslayables e imprevisibles nuevos problemas que afrontar. Es esta una ley natural que no falla: siempre hay algo que vamos a necesitar arreglar o un objetivo que necesitaremos alcanzar. Evidentemente la mente se desgasta, incluso aunque no seamos consciente de ello: nos cansamos de tener que luchar continuamente contra la cruda realidad. Quizás la depresión (y ciertas adicciones) no sean más que una representación de este estado de cansancio mental, un estado en donde el cerebro se rebela y grita silenciosamente que no quiere saber más de este interminable juego natural.
Pero sea como fuere, no queda más remedio que recobrar fuerzas y volver al trabajo de hallar soluciones, puesto que la vida no es otra cosa a parte de esta constante sucesión problemática. Sin problemas, la vida sencillamente no sería posible puesto que la vida es en esencia simplemente un método mediante el cual la naturaleza consigue acaparar con eficiencia un único objetivo: aumentar exponencialmente el consumo de energía libre. Desde la primera aparición en la Tierra de algo que se pudiera llamar célula procariota, hasta nuestra propia aparición como especie en la realidad, el objetivo natural ha sido y siempre será el mismo: maximizar en el tiempo la entropía; y es esta precisamente la causa de nuestra "desdicha".
Cada uno de nuestros problemas personales diarios es un mandamiento implícito natural que nos induce a encontrar el patrón de acción que más y mejor consigue este consumo implícito de energía, y cada solución que encontramos no es más que el resultado del cómputo de intrincadas redes neuronales que la evolución ha impreso en nuestra estructura cerebral.
El cerebro recibe así estímulos sensibles, identifica "problemas" en ellos, y se afana por lograr el patrón que mejor aporte a la solución de tales problemas. Y no hay más: este es el resumen de nuestra vida pasada y futura. Si por ejemplo mi cerebro interpreta (a partir de los datos sensibles que recibe de entrada) que mi hija está enferma, identifica ésto como un problema y lanza inmediatamente neurotransmisores que me causan malestar, ansiedad y frustración de tal modo que activamente no tengo más remedio que esforzarme por solucionar tal situación. Empieza entonces la búsqueda mental de aquel patrón de mejor conduce a resolver esta situación y que me lleva a actuar finalmente en la manera en que mi actividad neuronal ha estimado que es más probable que mejoren las circunstancias. En este caso sería llevar a mi hija al médico y buscarle el mejor tratamiento posible para que sane cuanto antes.
Pero la cuestión a destacar es que el problema en el ejemplo anterior se puede realmente reducir a un esfuerzo inducido naturalmente para que mi hija sane y pueda continuar existiendo hasta que finalmente alcance la edad fértil y termine procreando. Ese es el quid de la cuestión: todo problema se reduce a un "deseo" natural por mantener al máximo el consumo energético. Y ese es el origen de toda nuestra lucha diaria. Esa es la causa de que tengamos que trabajar para vivir, de que vayamos al gimnasio, a la escuela, de que nos afanemos por gustar y por encontrar pareja, incluso de que amemos a nuestros hijos. La causa, en fin, de todos nuestros actos.
Uno busca trabajo (busca realmente un patrón con el que lograr que nos paguen) para poder obtener dinero (que es en realidad una representación abstracta de cuanta energía potencial "poseemos") con el que pagar ropa de marca, coches, una casa, y conquistar así una pareja de manera que finalmente llegue el momento de generar a nueva progenie. Luego los problemas se duplican (con cada hijo) porque debemos esforzarnos porque también ellos logren satisfacer este ciclo de necesidades; y sufrimos además de manera natural cada varapalo que ellos padecen más incluso que aquellos que nos afectan a nosotros personalmente. La naturaleza quiere que así sea, y así se encarga el cerebro de obligarnos a sentir.
Pero todo esto es natural e inevitable (por supuesto, ni bueno ni malo). Lucharemos sin escapatoria cada día de nuestra vida buscando aquellas variables conductuales que mentalmente (químicamente en realidad) más nos satisfagan, y sin hacer mucha cuenta del hecho de que todo el dolor padecido es mero fruto de una tendencia termodinámica. Vivimos (y sufrimos) nuestras vidas dirigidos por leyes tan naturales como las que determinan el movimiento inanimado, sólo que el complejo dominio en que se mueven los potenciales (químicos) implicados en la vida difuminan esta realidad tras el velo del movimiento caótico. Pero en el fondo todo es predecible; y es un hecho que si algún día un supercomputador tuviese la capacidad de computar y aproximar todo el entramado de potenciales y energías implicados en la dinámica animada, bastaría con buscar para cada caso concreto el patrón mecánico que maximiza el consumo energético para predecir la ocurrencia del propio acto conductual.
Maximizar el aumento de entropía: esa es la ley de la dinámica Universal, lo que determina todos y cada uno de los actos y movimientos en el mundo. Desde el origen del propio átomo hasta la formación de las galaxias, todo se reduce siempre a maximizar el consumo de energía mediante la "lucha" y la "confrontación" natural buscando aquellos estados más estables y fundamentales. Y por supuesto también se reduce a eso la historia evolutiva que nos dio origen.
En este sentido no puedo evitar recomendar un grandioso libro llamado Microcosmos escrito por Lynn Margulis y Dorion Sagan. Este libro mejor que ningún otro es capaz de abrirnos los ojos en lo referente a lo que he intentado transmitir en esta entrada: la individualidad personal de la que tanto presumimos es realmente muy difusa; y si se estudia el asunto a nivel bioquímico queda enseguida patente. Todo el camino recorrido por la vida hasta nuestros días ha sido y es una lucha Universal natural y espontánea en favor de la estabilidad estructural que garantiza el ser parte de un conglomerado de átomos dispuestos de modo que garantice la mayor probabilidad sobre el objetivo fundamental y esencial de maximizar el consumo energético en cada momento determinado.
Queda patente que este objetivo natural es el causante primero de nuestro ser, pero también de todos nuestros problemas diarios, de nuestro sufrimiento y del sufrimiento de nuestros hijos, así como también fue la causa del sufrimiento de miles de millones de otros seres vivos (¿y no vivos?) que ya existieron antes.
Hace tiempo, el gran poeta Giacomo Leopardi le preguntaba alegóricamente así a la Luna en uno de sus famosos poemas:
Tú, solitaria, eterna peregrina,
tan pensativa, acaso bien comprendas
este vivir terreno,
nuestra agonía y nuestros sufrimientos;
acaso sabrás bien de este morir, de esta suprema
palidez del semblante,
y faltar de la tierra, y alejarse
de habitual y amorosa compañía.
Y tú, seguro que comprendes
el porqué de las cosas, y ves el fruto
del alba y de la noche,
del callado e infinito fluir del tiempo.
Sin duda sabes a qué dulce amor
sonríe la primavera,
a qué ayuda el verano y qué procura
con sus hielos el invierno.
Mil cosas sabes y otras mil descubres
que al sencillo pastor le están prohibidas.
A veces, si te miro
tan silenciosa, encima del desierto llano,
que allá, en el horizonte lejano, cierra el cielo;
o bien, con mi rebaño,
seguirme poco a poco; o cuando veo
arder allá en el cielo las estrellas,
pensativo me digo:
«¿Para qué tantas estrellas?
¿Qué hace el aire infinito, la profunda
serenidad sin fin? ¿Qué significa esta
inmensa soledad? ¿Y yo qué soy?».
Un saludo, compañeros.
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