Un ámplio conocimiento de la realidad supone comprender que eso que llamamos felicidad o tristeza, alegría, frustración, excitación, placer, dolor, sufrimiento, etc., son simples modulaciones electroquímicas de nuestro cerebro evolutivo. El sistema neuroendocrino dictamina desde el mismo instante de la fecundación y la recombinación génica qué es lo que nos va a "gustar" y lo que "no nos va a gustar" hacer; lo que hará que nuestro cerebro chorree endorfinas y también las conductas que llevarán a que nuestro sistema nervioso nos hagan padecer las emociones y sensaciones más desagradables del mundo. Un ámplio conocimiento de la realidad supone comprender que el ser humano es nada más (y nada menos) que un subproducto evolutivo como otro cualquiera, y que pese a nuestro (idolatrado) raciocinio somos tan presos y esclavos de los instintivos e inconscientes designios evolutivos como cualquier otra especie que puedas ver correteando por la pradera en busca de un cacho de carne que meterse en el cuerpo.
La realidad es que nuestro "yo" es un constructo cognitivo del sujeto (del cerebro), un simple soma material a la espera de ser naturalmente desechado mientras obedece con obligada disciplina lo que su cerebro le dice qué debe y qué no debe hacer. Un ser coaccionado continuamente a la esclavitud del sistema neuroendocrino que (literalmente) mueve sus acciones y conductas diarias como hace un titiritero moviendo a una infeliz marioneta que, habiendo alcanzado el "desgraciado don" de la consciencia, se creyese ilusamente "libre" y "feliz" porque piensa ser ella la que mueve sus hilos del modo en que le "gusta y apetece".
Pero la realidad es que esos "deseos" evolucionistas que determinan todo el movimiento biológico en el mundo (no sólo el gradual cambio fisiológico entre especies, sino también toda la conducta y el desplazamiento de lo vivo), es un complejo proceso mecánico físico emergente: fundamentalmente termodinámico. Los "objetivos" evolutivos se reducen a complejos "objetivos" mecánicos espontáneos: a su física subyacente. Un acontecimiento que ocurre de manera innata y consustancial sin que medie razón objetiva alguna, tan sólo la aplicación de las eternas leyes naturales.
Es decir, que son las leyes físicas del mundo (su esencia, en realidad) las que hacen emerger la mecánica evolutiva de manera natural tan pronto se dan las circunstancias necesarias (un sistema lejos del equilibrio térmico afectado por un fuerte gradiente energético: léase el trabajo del biofísico Jeremy England, entre otros). Y esta mecánica evolutiva da lugar a su vez a la aparición de complejas estructuras materiales capaces de devorar este gradiente de energía tan pronto como sea posible (esa es, de hecho, la base de la lucha evolutiva biológica en la Tierra: una pelea entre "máquinas" replicantes por ver quién es la que permanece por más tiempo en la existencia gracias al mérito de su eficiencia particular como maximizadores locales en su capacidad para disipar energía: aumentar la entropía global).
El "objetivo" evolutivo de la supervivencia y la reproducción se reducen así al "objetivo" físico de devorar gradientes energéticos al mayor ritmo posible (aumentando de manera indirecta la complejidad estructural de los objetos materiales existentes), y ese mero "objetivo" termodinámico natural, ciego e irracional, es el que dicta en última instancia cómo deben ser las cosas para que puedan permanecer estructuralmente con buena probabilidad en el tiempo (es la verdadera causa última de todo el fenómeno del universo).
Pero ese "objetivo" físico y evolutivo, no es una meta o finalidad como nosotros lo entendemos desde el punto de vista racional, sino un mero designio sobrenatural o metafísico que escapa (y escapará) de cualquier indagación empírica. El mundo "persigue" ese aumento entrópico (ese devorar gradientes) simplemente porque su esencia así lo ordena al dar origen a este mundo fenoménico tan concreto al que estamos expuestos (guiado por lo lo que entendemos por leyes naturales)...pero en realidad desconocemos el porqué de estas leyes tan particulares en lugar de cualquier otras, o de ninguna en absoluto. Es decir, desconocemos la propia esencia en sí de nuestro mundo físico (del fenómeno y su mecánica). Pero esto es ya otra historia donde es mejor de momento no entrar (aunque el que lo desee tiene el trabajo de David Hume y Kant para entretenerse en ello).
De todas formas, si nos aferramos y limitamos -no hay alternativa en realidad- a lo único que podemos conocer: la descripción físico-matemática de la experiencia sensible, el hecho natural es que la esencia del mundo hace que fenomenológicamente la materia se ordene siempre para aumentar la entropía al mayor ritmo posible, y como fruto de esa especificación emerge de manera natural una evolución cósmica universal (léase el libro "Evolución Cósmica: El aumento de la complejidad en la naturaleza", de Eric Chaisson), que luego en determinados planetas da lugar a una evolución biológica (orgánica) la cual a veces termina creando seres "inteligentes" y conscientes...conscientes del horror y de su propia miseria racional una vez logran descubrir que son marionetas al servicio de este "fin" último termodinámico (racionalmente) inútil.
Y este es el punto al que se pretendía llegar: sabiendo todo lo que sabemos; que somos unos indiferentes títeres movidos en cada segundo por naturales hilos físicos que nos empujan objetivamente hacia un "fin" totalmente irrelevante no sólo en cuanto al ser humano en particular; sino respecto a todo el contenido fenomenológico global del universo...¿cómo se puede ser alegre si no es mediante una ignorancia perseguida (cerrar los ojos ante el horror y dejarse llevar por el hedonismo), la incapacidad para comprender (hay quien puede entender la realidad y quien simplemente no es capaz), o una ilusa deshonestidad intelectual (dejándose vencer y saltando esas páginas del libro de la realidad que no nos conviene reconocer)?
Porque ciertamente es el hedonismo y ese puntual baño de endorfinas, junto con el sesgo natural que la evolución nos marcó a fuego entre nuestras neuronas (léase a Tali Sharot y su libro: "The Optimism Bias: A Tour of the Irrationally Positive Brain"); lo que nos hace sobrellevar la vida con una naturalidad cómica (tragicómica, mejor dicho). Marionetas idiotamente felices porque creen, embobadas, que son ellas las que verdaderamente mueven sus hilos del modo en que desean...mientras van cayendo una tras otra en esa sepultura sin fondo dispuesta para todas ellas a la espera de que vayan terminado su (racionalmente) inútil tarea existencial como disipadoras de energía. Y es así como la vida humana, y el mundo en general, se muestran como un mecanismo autónomo e irracional, una existencia fenoménica no sólo inútil, sino malignamente inútil (puesto que la inutilidad se torna maligna en cuanto en tanto el horror de la conciencia de este trágico absurdo existencial aparece como fenómeno en el mundo: como ocurrió aquí en la Tierra en su día con la evolución del género homo).
Además, este universo malignamente inútil sabemos que fenoménicamente tiene fecha de caducidad (con un Big Rip o una "muerte" térmica científicamente aseguradas), por lo que todo lo existido, lo existente o lo que reste por existir terminarán de nuevo en la nada (nihil), en el olvido, en la erosión, y en la ausencia. Todo volverá a ser nada...y todo habrá sido para nada. Como dijo Schopenhauer: «Bien puede decirse que la vida es un episodio que viene a perturbar inútilmente la sagrada paz de la nada».
Pero desgraciadamente no podemos regodearnos mucho tiempo en estos pensamientos, ¿verdad? No podemos convivir con semejante visión de la realidad. Debemos dejar que el velo optimista que tan finamente la evolución tejió para nosotros haga su función: debemos ser felices y ser buenas marionetas. Debemos saltar de un lado para otro en este maligno e inútil mundo, trabajando (devorando gradientes energéticos) como esclavos mientras mendigamos un poco de dopamina al mismo tiempo que exhibimos una turbada y grotesca sonrisa en nuestras caras de muñeco, lo cual sólo pretende esconder ante los demás ese desconsuelo que todos arrastramos en nuestros más oscuros e íntimos pensamientos (esos que no podemos ni queremos dejar pasar al pensamiento consciente).
Como dice Thomas Ligotti: "Ser alguien es muy duro, pero ser nadie [marionetas] está fuera de la cuestión. Debemos ser felices, DEBEMOS imaginar que Sísifo era feliz, debemos creer porque creer es absurdo. Día tras día, en todos los aspectos, nos va mejor y mejor. Ilusiones positivas para personas positivas.[...]
Respaldados por nuestros progenitores y el mundo, nunca juzgaremos que esta vida es MALIGNAMENTE INÚTIL. Casi nadie declara que una maldición ancestral nos contamina en el útero y envenena nuestra existencia. Los médicos no lloran en las salas de partos, o no suelen. No agachan la cabeza y dicen: «El cronómetro se ha puesto en marcha». El recién nacido puede llorar, si las cosas van bien. Pero el tiempo secará sus ojos; el tiempo se ocupará de ello. El tiempo se ocupará de todos hasta que no quede ninguno de nosotros del que ocuparse. Entonces todo volverá a ser como era antes de que echáramos raíces en un lugar que no es el nuestro.
Llegará un día para cada uno de nosotros —y luego para todos nosotros— en que el futuro habrá terminado. Hasta entonces, la humanidad se aclimatará a cada nuevo horror que venga a llamar a la puerta, como ha hecho desde el principio. Seguirá adelante y adelante hasta detenerse. Y el horror seguirá adelante, con las generaciones cayendo en el fututo como muertos en tumbas abiertas. El horror que nos transmitieron se transmitirá a otros como un legado escandaloso.
Estar vivo: décadas de levantarse a la hora, luego recorrer penosamente otra ronda de emociones, sensaciones, pensamientos, deseos —la gama completa de agitaciones—, para desplomarse finalmente en la cama a sudar en el pozo negro del sueño profundo o hervir a fuego lento en las fantasmagorías que importunan nuestras mentes cuando sueñan. ¿Por qué aceptan tantos de nosotros una cadena perpetua en vez del extremo de una soga o la boca de una pistola? ¿Acaso no merecemos morir? Pero no estamos obsesionados por este tipo de preguntas. No nos interesa hacerlas, ni responder a ellas con la mano en el corazón. ¿No podríamos acabar así con la conspiración contra la especie humana? Parece que esta sería la decisión adecuada: la muerte de la tragedia en brazos de la no existencia. Mundos sobrepoblados de nonatos no tendrían que sufrir si deshiciéramos lo que hemos hecho para poder seguir adelante durante todos estos años. Dicho esto, nada que sepamos nos hará dar ese paso. ¿Qué podría ser más impensable? Sólo somos seres humanos. Preguntad a cualquiera."
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