miércoles, 17 de enero de 2018

Extractos del libro Desgarradura, de Emil Cioran

Desgarradura, es una obra del escritor y filósofo rumano Émile Michel Cioran. Su título original es Ecartèlement y fue publicada en 1983. Es un libro de reflexiones filosóficas dividido en cuatro secciones escritas en aforismos. Sus temas principales son la edad, el tiempo, la divinidad, la religión y la muerte.


Si queréis saber más sobre Emil Cioran, podéis entrar aquí.

A continuación voy a compartir algunas de las reflexiones más interesantes, en mi opinión, de este libro. Si queréis leer el libro completo, lo podéis descargar en formato PDF desde: (http://cnqzu.com/library/Philosophy/neoreaction/_extra%20authors/Cioran,%20Emil/Cioran_E.M.%20-%20Desgarradura.pdf):



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Para frenar la expansión de ese animal tarado que es el hombre, la urgencia de calamidades artificiales que sustituyan con ventaja a las naturales se advierte cada vez más y seduce a todos en mayor o menor grado. El Final va ganando terreno. No podemos salir a la calle, mirar a la gente, intercambiar cuatro palabras, oír un gruñido cualquiera, sin decirnos que la hora se acerca, tanto si debe sonar dentro de un siglo como de diez.


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Conversación con un sub-hombre. Tres horas que hubieran podido convertirse en un suplicio si no me hubiera repetido sin cesar que no perdía el tiempo, que al menos tenía la oportunidad de contemplar un espécimen de lo que será la humanidad dentro de algunas generaciones...

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No se escribe porque se tenga algo que decir, sino porque se tienen ganas de decir algo.

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Pretender que el hombre no puede vivir sin dioses es un error. Primero, porque crea simulacros de ellos. Segundo, porque lo soporta todo y a todo se habitúa: no es lo bastante noble para perecer de decepción.


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La muerte es un estado de perfección, el único al alcance del mortal.

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Existir es un fenómeno colosal -que no tiene ningún sentido. Así definiría el aturdimiento en el que vivo día tras día.

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Padecemos, luchamos, nos sacrificamos, aparentemente por nosotros mismos, pero en realidad por cualquiera, por un enemigo futuro, por un enemigo desconocido. Y eso es más cierto aún de los pueblos que de los individuos. Heráclito se equivocó: no es el rayo, sino la ironía lo que rige el universo. Ella es la ley del mundo.

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Según una leyenda hindú, Shiva comenzará a danzar en un momento dado; lentamente al principio, cada vez más rápido después, y no se detendrá hasta haber impuesto al mundo una cadencia desenfrenada, completamente opuesta a la de la Creación.
Esta leyenda no necesita comentario alguno: la historia se ha encargado de ilustrar su pertinencia.

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¡Qué deshonor, la muerte! Convertirse de repente en objeto...

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Cuando veo a alguien luchar por una causa trato de saber lo que sucede en su cerebro y de dónde puede provenir tan evidente falta de madurez. Quizás rechazar la resignación sea un signo de "vida", pero nunca lo será de clarividencia, ni siquiera de reflexión. Un hombre sensato no se rebaja a protestar, apenas si consiente a indignarse. Tomar en serio las cosas humanas demuestra alguna secreta carencia.

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Mi misión es matar al tiempo, la suya matarme a mí. Se está perfectamente a gusto entre asesinos.

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Esa paz de ultratumba que experimentamos cuando nos abstraemos del mundo. De pronto, creí percibir una sonrisa envolviendo el espacio. ¿Quién sonreía?, ¿de quién emanaba esa gran dicha que inunda los rostros de las momias? Durante un instante estuve en el otro lado; al siguiente tuve que regresar, indigno de compartir más tiempo el secreto de los muertos.

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La plenitud como cúspide de la felicidad sólo es posible en esos instantes en los que poseemos una conciencia profunda de la irrealidad de la vida y de la muerte. Instantes raros en tanto que experiencias, aunque frecuentes en el ámbito de la reflexión, en el cual sólo existe lo que se siente. Ahora bien, sentir la irrealidad y trascenderla en un mismo acto es una hazaña que rivaliza con el éxtasis y, a veces, lo eclipsa.

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No, el aire no me falta, pero no sé qué hacer con él, no entiendo por qué debo respirar...

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No es el instinto de conservación, sino nuestra incapacidad para ver el porvenir, lo que nos permite seguir viviendo. O para imaginarlo solamente. Si supiéramos lo que nos espera, nadie se rebajaría a persistir. Pero como todo desastre futuro es abstracto, resulta difícil asimilarlo. Ni siquiera lo logramos cuando se abate sobre nosotros y nos sustituye.

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Quien se hace la menor ilusión acerca de los hombres, después de haberlos tratado, debería ser condenado a reencarnarse, para que aprendiera a observar, para que se pusiera al corriente de lo que sucede.


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¿La aparición de la vida? Una locura pasajera, una fantasía de los elementos, un capricho de la materia. Los únicos que tienen alguna razón de protestar son los seres individuales, víctimas compasibles de un antojo.


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El escéptico puede llegar a admitir que la verdad existe, pero deja para los inocentes la ilusión de creer que algún día podrá ser poseída. Por lo que a mí respecta, piensa él, me atengo a las apariencias, las constato y me adhiero a ellas en la medida en que, como ser vivo, no puedo hacer otra cosa. Actúo como los demás, ejecuto sus mismos actos, pero no me confundo ni con mis palabras ni con mis gestos. Me someto a las costumbres y a las leyes, hago como si compartiera las convicciones, es decir, las manías de mis conciudadanos, sabiendo que, en última instancia, soy tan poco real como ellos. ¿Qué es, entonces, el escéptico? Un fantasma... conformista.


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No  es  en  absoluto  desoladora  la  idea  de  que nadie recordará el  accidente que  hemos sido, de  que  no  subsistirá  la  menor  huella  de  ese  yo  anhelante de suplicios que ningún torturador se hubiera  atrevido  a  soñar  jamás.


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Todo  cuanto  ocurre  es  a  la  vez natural e  inconcebible. Conclusión  que  se  impone  tanto si  consideramos  los grandes acontecimientos  como los pequeños.


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Si  las olas reflexionaran,  creerían que avanzan, que tienen un objetivo, que progresan, que  trabajan  para  el bien del Mar,  y  llegarían  a  elaborar  una filosofía  tan necia como  su obstinación.


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Todo  lo  que  he  abordado, todo  aquello  sobre  lo que he escrito a lo largo de mi existencia,  es  indisociable de  lo  que he  vivido.  No he  inventado nada, he  sido  solamente el  secretario de  mis sensaciones.


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Cómo diferenciar  las  cosas  que dependen  de  nosotros  de  las  que no dependen? Yo  no  lo sé. A  veces  me  siento  responsable  de  todo  lo  que  hago, aunque  advierta, pensándolo bien, que he  seguido un impulso del que no  era  dueño; en  otras  ocasiones, me creo condicionado y  esclavizado sin  haber hecho otra  cosa que  actuar de acuerdo con un razonamiento  surgido fuera de  toda  coerción,  incluso...  racional. Imposible  saber cuándo y cómo se es  libre, cuándo y  cómo  manipulado. Si  nos interrogáramos continuamente  para identificar la  naturaleza  precisa  de  cada  acto, desembocaríamos en  el  vértigo  antes  que  en  una  conclusión. De  lo  cual  se  deduce  que,  si existiera una solución  al  problema  del  libre  albedrío,  la filosofía no  tendría  ninguna  razón de existir.


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Según Novalis, de nosotros depende que  el  mundo sea conforme a nuestra voluntad.  Eso  es  exactamente  lo  contrario de  lo que  se  puede pensar  y sentir  al  final de  una vida  y, con mayor  razón, al  final  de la  historia...


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