Hace casi año y medio por desgracia predije con éxito en ésta entrada del blog lo evidente: que el nuevo coronavirus había venido para quedarse. No pude tener más razón. Era algo lógico y que cualquiera podía deducir por sí mismo a la luz de los datos de por aquel entonces.
En esta entrada voy a intentar dar una vuelta de tuerca más, y voy a intentar deducir a partir de la última información de la que disponemos qué es lo mejor y lo peor que puede pasar a partir de ahora en lo referente a este virus:
a) Lo mejor que nos podría pasar es que la cosa no cambie demasiado. Es decir, que todo se quede tal y como está durante décadas o quizás siglos. Un nuevo y molesto virus con el que convivir en estado de continua pandemia, pero con una letalidad suficientemente baja como para no hacer colapsar el sistema social. Es decir, que el estado social se verá afectado, y jamás tendremos siquiera algo parecido a lo que teníamos antes del 2020; pero a rasgos generales las cosas irían todavía tirando más mal que bien.
b) Lo peor que nos podría pasar es sin embargo, bastante más preocupante. Hablamos por supuesto de momento de una hipótesis, pero la cuestión es que nada impide que el paso del tiempo lleve al escenario más pesimista que voy a describir. Pero primero un poco de historia reciente:
- En estado de pandemia persistente, cualquier virus se encuentra replicándose millones de veces en otros tantos millones de personas...¡cada día! Esto significa que a diario billones de virus son ensamblados a lo largo del planeta. Así pues los cuerpos de cada una de esas personas junto con los cuerpos de las personas con las que cada individuo convive, hacen las veces de "medio ambiente" en donde estos billones de virus sufren ocasionales mutaciones aleatorias al replicarse. El hecho de que el sistema inmune ataque al virus y a la necesidad natural de éste por permanecer hacen que se produzca un proceso evolutivo en el que los virus más adaptados sobreviven estadísticamente más en el organismo, en el entorno del individuo infectado, y en la sociedad.
- Esta presión evolutiva es la que llevó durante más de un año al virus a aumentar su capacidad de contagio (su R0) conforme aumentaban las medidas de control externas (mascarillas, distancia social, etc.) e internas (vacunas, sistema inmune reforzado por un contagio previo, etc.). Como decimos, estos hechos externos e internos forzaron a la selección natural de variantes cada vez más contagiosas y capaces de sortear la inmunidad natural y la otorgada por la vacuna, para así sobrevivir; con la llegada finalmente de la variante Omicron como punto de inflexión.
- La variante Omicron, y todas sus derivadas más actuales, marcaron un hito: finalmente evadían todas las vacunas existentes, y también la inmunidad adquirida al haber sufrido un contagio previo. Además, su R0 había aumentado tanto, que superó en capacidad de contagio al Sarampión, el virus conocido más contagioso hasta el momento. Una máquina perfecta había nacido, y el "culpable" no fue otro más que la propia naturaleza reaccionando de manera espontánea mediante selección natural a nuestra acción externa e interna en contra del mismo.
- Hemos visto que el nuevo coronavirus tiene una tasa de mutación bastante más alta de lo esperado. Y como decimos, se encuentra en estado continuo de pandemia, repartido a diario por entre millones de personas a lo largo de la Tierra. Billones de virus cada día son creados, y millones de mutaciones aleatorias ocurren en el genoma del SARS-CoV-2.
- En contra de lo que muchos piensan, la presión evolutiva nunca ha necesitado hasta ahora favorecer o alterar la letalidad en el virus. Es decir, que la mayor o menor letalidad de las variantes aparecidas hasta el momento ha sido un factor aleatorio. NO ha sido la presión evolutiva la que llevo a Delta a ser más letal que la variante original de Wuhan, ni tampoco ha sido la que ha llevado a Omicron a ser ligeramente menos letal que Delta. La letalidad, como decimos, no ha sido un factor dirigido hasta ahora por la selección natural, sino un cofactor aleatorio derivado del verdadero objeto de presión sufrido por el virus: "hacer frente a las medidas externas e internas de las que hablamos antes". Omicron pudo haber sido tranquilamente más letal que Delta, pero la suerte así no lo quiso.
- ¿Por qué muchos dicen entonces que la selección natural siempre hace tender a los virus con el tiempo a disminuir su letalidad? Pues a que no entienden bien de lo que hablan. La letalidad SÓLO pasa a ser foco de la presión evolutiva cuando pone en peligro la supervivencia del virus como tal. Es decir, cuando la letalidad es tan alta que estadísticamente empiezan a escasear los individuos susceptibles para mantener su propagación y permanencia. Entonces sí, la presión evolutiva hace que espontáneamente la letalidad comience a descender hasta lograr un equilibrio evolutivamente estable.
- La letalidad del COVID siempre fue menor al 1%, y la mortalidad cada vez es más baja conforme se aprende a tratar mejor a los casos graves. En este estado, como es evidente, la selección natural no se "preocupa" lo más mínimo por un aumento o disminución relativo de la letalidad. Hay margen de sobra para subir o bajar aleatoriamente la misma siempre que el objetivo principal (hasta ahora sortear las medidas externas e internas ya descritas) se consiga.
- Pero, y aquí viene el punto crucial, el objetivo principal ha tenido un éxito enorme. La enfermedad ya ha logrado una serie de variantes con un R0 (número reproductivo básico) descomunal y superior al de cualquier otro virus conocido. Ya puede sortear todas las medidas externas que inventamos y también es capaz de evadir la inmunidad natural y la que otorgó la vacunación masiva. Por último, se sabe que estas nuevas variantes son capaces de alterar y debilitar el sistema inmunitario del enfermo, a veces de por vida.
- En resumen: el virus ahora puede reinfectar a un individuo cualquiera varias veces de media al año, y además, en estos momentos en que hemos relajado las medidas externas (adiós mascarillas, etc.) e internas (cada vez se vacunan menos personas con refuerzos), la presión evolutiva se ha relajado en este sentido, lo cual da más margen de "maniobra" para que otros factores aleatorios hagan aparición sin afectar demasiado ya la capacidad de supervivencia del virus.
- En este punto cabe recordar que el SARS-CoV-2 tuvo un "hermano" filogenéticamente muy cercano no hace tantos años (2003), el SARS-CoV-1. Estos hermanos son muy parecidos en su genoma (entran a la célula usando los mismos receptores, tienen ambos la famosa espiga S, etc.), pertenecen a la misma familia y subfamilia vírica, y, de hecho; son muy similares en cuanto a comportamiento y síntomas...con la excepción de que el difunto SARS-CoV-1 tenía una letalidad superior al 10%.
- ¡Y no se conoce exactamente qué diferencia genómica entre estos dos hermanos es la que produce esa enorme diferencia en la letalidad! (es decir, no se sabe bien qué gen o genes lo hacían tan letal). Esto significa que, sin duda, existe el potencial para que el cambio aleatorio en parte del genoma del SARS-CoV-2 produzca un aumento radical en su letalidad. Esa posibilidad está ahí, es real, y el SARS-CoV-1 lo corrobora.
- En el peor escenario posible, ahora que billones de viriones se replican sin cesar por el mundo, con una presión evolutiva más relajada (lo cual permite y favorece que el virus pueda permitirse el "lujo" de disminuir un poco su R0), no se puede descartar que una variante extremadamente letal haga aparición en los próximos meses, años o décadas.
- Además, incluso una letalidad pongamos del 5%, sería totalmente estable en el sentido evolutivo. Incluso una del 10%. De hecho, históricamente hemos tenidos enfermedades con mortalidad mucho mayor que han permanecido durante siglos con nosotros. La viruela, por ejemplo; ha tenido siempre una letalidad que ronda el 30% y evolutivamente nunca se vio forzada a disminuir la misma. Estuvo con nosotros hasta que la vacunación masiva la erradicó (lástima que los coronavirus tengan una tasa de mutación tan alta que hagan muy difícil hacer lo mismo con ellos).