"En el ser humano la voluntad de morir, que es el impulso más íntimo de su ser, se manifiesta, de tarde en tarde, como un profundo anhelo de reposo" (Mainländer)
Entra en imprenta la segunda edición de la traducción del libro "Filosofía de la Redención" de Philipp Mainländer que con tanto cariño Carlos Javier González Serrano y Manuel Pérez Cornejo hicieron hace ya cinco años. Una magnífica obra que ha sido injustamente ignorada debido simplemente al estigma que supuso que su autor se quitase la vida precipitadamente.
Sin embargo, la cosmovisión de Mainländer (discípulo de Schopenhauer) es magnífica, y su tesis correlaciona bastante bien con el fenómeno descrito por la ciencia moderna. En concreto, su propuesta se basa principalmente en lo que la física moderna entiende como aumento de la entropía y sobre lo que los cosmólogos denominan por un lado Big Bang y por otro la "muerte" térmica del universo. En este sentido el autor comenta que:
"El mundo completo, el Universo, tiene una meta: el no-ser y logra ésta mediante el continuo debilitamiento de su suma de fuerzas." (Philipp Mainländer)
Me gustaría terminar este comentario resumiendo (para aquellos que no se vean con ánimos o que duden en leer el trabajo original), y en palabras de Antonio Priante, esta obra capital de la filosofía:
"En el principio era Dios, o sea, para decirlo con palabras de Spinoza, la sustancia divina originaria. Esa entidad absoluta, única, inmaterial, no estaba contenida ni en el tiempo ni en el espacio, si es que esto es pensable. Idéntica a sí misma, no siendo otra cosa que ser puro, eterno e indestructible, un buen día – y perdón por el uso, metafórico, del tiempo -, hastiada sin duda de su divina perfección, decidió echarlo todo a rodar y dejar de ser.
¿Pero cómo el Ser puede dejar de ser? ¿Cómo algo que no existe en el tiempo y el espacio, algo absolutamente inmaterial y trascendente puede morir? Y entonces inventó el mundo. Es decir, su sustancia divina segregó un mundo material con su tiempo, su espacio y su multiplicidad de seres inanimados y animados, que son – somos – partículas de aquella unidad originaria, llamadas todas a perecer. El fin del Universo es su muerte, su aniquilamiento, aunque sólo sea por cumplir con el segundo principio de la termodinámica (que Mainländer había aprendido de Clausius, quien la acababa de inventar) y su consiguiente entropía. Y es así cómo Dios cometió suicidio: convirtiéndose en un mundo destinado a morir.
Es decir, y a ver si queda claro, que el Universo no surgió de un deseo de creación sino de un deseo de autodestrucción. El Universo, la “creación” toda, es el largo proceso del suicidio de Dios, cuyo inicio fue una gran explosión que dio origen a la materia, al tiempo y el espacio."