Saludos:
Son las 5 de la madrugada y aquí me encuentro, en vela junto a mi hija: la cual sufre de 40 de fiebre. Lleva cuatro días luchando contra unas anginas: cientos de miles de bacterias alojadas en su garganta las cuales no hacen más que luchar naturalmente ellas también por no desaparecer.
Y en estos momentos me parece todo tan absurdo: tantos seres vivos al mismo tiempo luchando unos contra otros por la supervivencia, dispuestos todos por una desesperada vehemencia pero sin ningún motivo objetivo aparente más que ese férreo y ciego deseo natural de ser...y de querer seguir siendo. No cabe duda de que existe una extendida y compartida irracional voluntad de vida en el mundo.
Veo a mi hija luchando ahora, y también preveo todas sus futuras luchas. Toda una larga vida de pugna y padecimiento exclusivamente por y para satisfacer esta simple necesidad espontánea y natural de querer seguir siendo a toda costa.
Con este humor no es de extrañar que me venga a la cabeza la acertada cita de Schopenhauer cuando dijo aquello de que: "Bien puede decirse que la vida es un episodio que viene a perturbar inútilmente la sagrada paz de la nada".
Y no se trata de ser pesimista, no, ¡por favor! Se trata de ser realista: de mirar el mundo sin el velo del auto-engaño y la ilusión que nuestra propia esencia natural nos infunde con el único propósito de obligarnos a luchar todavía con más ahínco por el dichoso ser. Se trata de mirar la vida objetivamente tal cual es: un absurdo, una lucha constante y sin sentido simplemente por querer seguir existiendo pero sin saberse luego muy bien para qué.
Porque si fuésemos honestos (y valientes), todos deberíamos reconocer que nuestra razón se queda totalmente en blanco al contemplar y reflexionar sobre la irracionalidad que realmente mueve nuestro carácter vital.
Pero todo esto evidentemente ya nos lo adelantó Schopenhauer cuando dijo que:
"Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras, cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas".
Una frase que resume con maestría la realidad de la vida en el mundo. Una sabiduría filosófica del siglo XIX que hoy día todavía se mantiene en pié puesto que aún nadie pudo racionalizar la existencia del hombre. Como dijera más tarde Albert Camus: "El absurdo surge de la confrontación entre la búsqueda racional del ser humano y el silencio irracional del mundo".
El nihilismo de la vida ha sido más que confirmado por la moderna biología evolutiva. La soberanía de esa Voluntad de vida que reina en nosotros se refleja en el poderío del gen, el dominio de la “esencia” del genoma sobre los actos del individuo (el fenotipo). Un genotipo ciego e irracional movido por la más básica física molecular.
En cierto modo Schopenhauer fue un visionario (posiblemente algo infravalorado e incomprendido) que nos adelantó, eso sí de manera algo inefable, lo que hoy todos conocemos como gen: un conjunto de moléculas movidas irracionalmente por leyes naturales (especialmente la termodinámica) que luego someten y subyugan el destino del ser al que dan forma. Precisamente es de esta manera como la esencia natural del mundo consigue siempre verter su ciego deseo innato por persistir en cada uno de los seres del fenómeno.
Lo dejo aquí; cansado y desvelado de madrugada: lleno de dolor y viendo a mi hija sufrir…por sufrir. Me voy a su lado, a consolarla, y a luchar junto a ella; cosa que haré mientras mi cuerpo aguante: porque no hay que olvidar que todos somos hijos de la misma Voluntad.
Buenas noches…