"No hay que tomarse nada a pecho -se repite quien se enoja consigo mismo cada vez que sufre y no pierde ninguna ocasión de sufrir." El aciago Demiurgo (Emil Cioran)
viernes, 15 de octubre de 2010
Divina Metafísica
La metafísica estudia los aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación científica. Según Immanuel Kant, una afirmación es metafísica cuando afirma algo sustancial o relevante sobre un asunto ("cuando emite un juicio sintético sobre un asunto") que por principio escapa a toda posibilidad de ser experimentado sensiblemente por el ser humano.
La metafísica aborda problemas centrales de la filosofía, como lo son los fundamentos de la estructura de la realidad y el sentido y finalidad última de todo ser, todo lo cual se sustenta en el llamado principio de no contradicción.
El principio de no contradicción, o a veces llamado principio de contradicción, es un principio clásico de la lógica y la filosofía, según el cual una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. El principio también tiene una versión ontológica: nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido; y una versión doxástica: nadie puede creer al mismo tiempo y en el mismo sentido una proposición y su negación. El principio de no contradicción es, junto con el principio de identidad y el principio del tercero excluido, una de las leyes clásicas del pensamiento.
Introducción.
El estudio sobre la existencia de Dios como causa última de la realidad o, lo que es lo mismo, la teológica, es uno de los tópicos fundamentales de la metafísica tradicional. Y es, además, universalmente aceptado que dicho estudio forma parte del mundo metafísico.
Podemos inferir esta afirmación de la siguiente manera:
(1) Toda afirmación metafísica escapará siempre a cualquier tipo de experimentación, ya que no puede haber experiencias sensibles sobre la misma [por definición de metafísica].
(2) Una afirmación que no puede ser contrastada experimentalmente no es una afirmación científica [por definición de ciencia].
Luego:
(3) La ciencia no puede conocer cuestiones metafísicas, por lo que no tiene sentido hablar de ellas desde la ciencia [a partir de 1 y 2].
Y esto es así, es algo incuestionable. La única forma de negarlo lógicamente es cambiando las definiciones de ciencia y de metafísica. De no hacerlo, deberemos aceptar inmediatamente, que cuando un científico, por muy importante y famoso que sea, se pone a interpretar teorías o a hablar sobre cuestiones metafísicas, está filosofando y no haciendo ciencia.
Por poner el ejemplo más reciente, cuando Stephen Hawking afirma que Dios no es necesario para explicar el mundo, es evidente que está haciendo metafísica. Me explico:
Entendemos por el mundo a todo aquello de lo que tenemos experiencias directas o indirectas. Afirmar que no es necesario Dios para explicar el mundo, es equivalente a afirmar que no es necesario nada trascendente al mundo para explicarlo. Esta última afirmación es claramente metafísica. No hay NINGUNA experiencia sensible que indique que el mundo no necesita de una entidad o proceso transcendente como causa o que indique que no existe o no es necesaria tal causa. Por poner un ejemplo práctico y claro; nuestro mundo podría (y podría no) ser la consecuencia de, por ejemplo, el cómputo de un algoritmo por parte de un ordenador transcendente. Una especie de Matrix. Ese computador transcendente lo podemos tomar como una entidad de la que no tenemos experiencias, e incluso podríamos llamarlo Dios.
Ahora bien, para explicar el porqué esencial de nuestro mundo, en nuestro ejemplo, encestaríamos obligatoriamente hacer referencia a ese computador, porque explicar es relacionar causa y efecto, y; en este ejemplo, la causa de nuestro mundo, sería el computador transcendente.
Evidentemente, la existencia de tal Matrix es una cuestión metafísica; que se corresponderá o no con la realidad, pero pone de manifiesto que cuando Stephen Hawking afirma que Dios (entidad transcendente) no es necesario para explicar el mundo, está realmente filosofando.
Podremos conocer cómo funciona el mundo con mayor o menos exactitud, podemos aceptar incluso que llegaremos a una infinita exactitud si alcanzamos la teoría del todo, pero seguiremos sin saber el porqué todo funciona como funciona. Para ello encestaríamos conocer la causa transcendente que produce ese comportamiento, y eso entra dentro de la metafísica. Afirmar que no existe tal causa transcendente o que no es necesaria es pues filosofar, y es lo que Sthepen Hawkins hace con su afirmación.
En resumen:
Incluso si conseguimos explicar toda la realidad sólo a partir de leyes naturales, todavía nos quedará explicar dichas leyes naturales. Y conocer lo que causa la existencia de dichas leyes, o justificar que nada causa dichas leyes, es algo que entra dentro del campo de la metafísica.
¿Conocimiento metafísico?
Parece entonces que la única forma que tenemos de conocer la realidad de la que no tenemos experiencias (o de conocer que no existe tal realidad transcendente) es mediante la metafísica pero, ¿realmente nos lleva la metafísica a algún tipo de conocimiento? Pues; desgraciadamente, no al tipo de conocimiento que nos gustaría.
Es innegable que el ser humano busca y desea conocimientos universales y necesarios. Ese tipo de conocimiento es el que nos proporciona la ciencia sobre lo tangible, y ese tipo de conocimiento es el que desearíamos conseguir sobre lo transcendente. Es decir; queremos conocimientos objetivos, ¿puede la metafísica ofrecernoslos?
Mucho me temo que no. La ciencia basa toda su potencia de universalidad y objetividad en la inducción de experiencias. Lo que ha pasado mil veces, suponemos (sin justificación) que pasará mil y una veces. Esta suposición no justificada ha dado numerosos frutos y a conducido a la tecnología actual. Es útil y sus teorías y leyes se suponen universales y necesarias (aunque sólo sea por conveniencia). Como todos podemos contrastar una teoría cuando queramos y (probablemente) obtendremos que se cumple la inducción, tomamos dicho conocimiento como objetivo.
La metafísica no tiene experiencias con las que trabajar, por lo que no podemos usar el “truco” de la inducción para aparentar universalidad y objetividad en sus afirmaciones. La razón humana es una herramienta evolutiva aparecida en el transcurso de millones de años para mejorar nuestras espectativas de supervivencia. No parece que una herramienta creada para solucionar problemas del mundo sensible pueda servir para mucho más. De momento, no se ha encontrado ninguna otra forma de conocimiento “objetivo” -y objetivo con comillas- que no se base -o utilice al menos- experiencias sensibles.
Lo subjetivo.
Lo que se suele hacer es renunciar a obtener dicho conocimiento objetivo desde la razón, e intentar imponer la objetividad de manera irracional. Es lo que se suele llamar fe. Si todos compartimos una fe concreta, ese “conocimiento” se volverá objetivo. Entonces surge el problema de quién decide que es lo que se debe creer y sobretodo, qué es lo que se debe creer. Aparecen así los “conocimientos” dogmáticos, y la guerra entre distintos grupos rivales por imponer sus dogmas. Es una guerra compleja donde entran en juego intereses políticos, y sociales en general. Pero eso no es lo esencial del asunto.
Lo esencial es que; al no poderse contrastar experimentalmente, una argumentación metafísica, puede ser tan válida y Real como su opuesta, y no hay nada que podamos hacer para decidir objetivamente cuál es la que se corresponde con la realidad (incluso la supuesta teoría de que no hay nada metafísico, es una afirmación metafísica, con lo que ello supone).
Es decir; aceptar una u otra metafísica es algo completamente arbitrario, y que; finalmente, "creamos" una afirmación o su contraria, es una cuestión subjetiva, siempre motivadas y dirigidas por nuestras necesidades.
Escepticismo metafísico.
¿Qué actitud queda, pues, tomar; si queremos seguir comportándonos racionalmente? Lo más razonable es resignarse a nuestra incapacidad de conocer objetivamente la verdad transcendente (o resignarse a nuestra incapacidad de conocer objetivamente que no existe ninguna verdad transcendente).
Es una actitud compleja de tomar, porque supone una rendición, y, es evidente, al ser humano no le gusta perder. Además, no es una actitud evolutivamente estable para aquellas personas que tienen más necesidad de consuelo; aquellas que menos tienen y que más sufren -un gran porcentaje, por cierto, del total de personas que vivimos actualmente-.
Conclusión.
Para todos aquellos a los que su orgullo no se lo impida, y para aquellos a los que no se lo impida su necesidad de consuelo, la actitud que parece más razonable y noble, resulta ser la actitud escéptica.
Sobre las Verdades metafísicas, sólo sé que no sé nada, y sobre las demás, no sé ni lo que realmente sé.
Nota. Adicionalmente, cabría nombrar el revés que ha supuesto para el principio de no contradicción en que se basa la metafísica, el descubrimiento de la mecánica cuántica y lo mal que se lleva con el sentido común. Por ejemplo; la superposición de estados supone que un ente es y no es - y está y no está- al mismo tiempo hasta que colapse la función de onda.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Alegría y euforia por los 33 mineros salvados o la hipócrita doble moral de occidente
Es la noticia del día, de la semana, casi del mes; los 33 mineros chilenos serán rescatados con vida. Todos los medios retratan la felicidad del pueblo chileno y de occidente en general. La euforia se contagia porque aunque ha supuesto mucho esfuerzo y se ha necesitado gran cantidad de recursos, se han salvado 33 vidas.
Ahora bien, nadie cae en la cuenta -o el que cae, mira hacia otro lado- de que esa gran cantidad de recursos que se han invertido en dicho rescate, podrían haber sido usados para otros fines. Por ejemplo; con todo lo invertido en el famoso rescate, se podrían haber salvado la vida de miles de personas del tercer mundo.
Y es un hecho, todo esos recursos podrían haber salvado miles de vidas, en lugar de sólo 33. ¿Por qué entonces tanta felicidad? ¿No deberíamos de estar tristes e incluso enfadados con el pueblo chileno que ha dejado morir a miles de personas por salvar a sólo 33? Si se supone que todos los humanos somos iguales, y que la vida de todos tiene el mismo valor -principal tesis de la moral occidental-; destinar recursos en salvar a 33, cuando se podrían haber salvado a miles, no puede ser tomado como algo moralmente correcto, ¿por qué estamos entonces tan contentos?
Lo primero que nos vendrá a la mente para salvar la contradicción moral, es que lo que se debería haber hecho es salvar a los 33 mineros, y a los miles de subdesarrollados al mismo tiempo. Muy bonito, pero evidentemente es una salida utópica. Es un hecho obvio y objetivo que los recursos del mundo son limitados -muy limitados incluso-, no hay de todos para todos, y hay que elegir. Occidente acapara gran parte de los recursos del planeta en detrimento del resto, y occidente debe elegir, y elige, como repartirlos. Nuestros medios de comunicación nos muestran claramente lo que finalmente hacemos con ellos: preferimos proveer a unos pocos de “los nuestros” antes de ayudar con la misma cantidad de recursos a “muchos más de los otros”. Y, además, esta actitud no debería -ni debe- tomarse como algo malo, al contrario; es algo natural -y por lo tanto esencialmente bueno- ayudar a los más próximos; a “los nuestros”. De hecho, nosotros actuamos de la misma forma en nuestro ámbito más personal. Si nos ponen entre la espada y la pared, y nos piden elegir entre salvar de una muerte anunciada a un hermano o a un completo desconocido (en este caso concreto, el recurso escaso es que sólo podemos salvar a uno), evidentemente el 99,9% de nosotros salvaremos a nuestro pariente -salvo enfemedad mental que nos impida actuar razonadamente-. Y este es un hecho objetivo y autoevidente. Y repito, no es nada malo salvar a nuestro hermano antes que a un extraño, es algo natural -bueno-.
Lo que es malo -metafóricamente malo, ya que en un mundo natural no hay nada esencialmente malo- es esa doble moral hipócrita de la que occidente hace gala. Preferimos salvar a los nuestros antes de a los demás, ¿por qué lo negamos? Por favor, dejemos de engañar y autoengañarnos; somos egoístas. Somos unos hipócritas egoístas. De todas formas, es lo que cabe esperar ahora que sabemos lo que somos, lo que es el hombre; simplemente una máquina de reproducir genes. No existe ninguna moral esencial. Estamos programados para sobrevivir y reproducir nuestros genes a toda costa. Y eso es todo. Nuestro comportamiento se reduce a estrategias evolutivas destinadas a maximizar ese objetivo. Y si nos engañamos -autoengañamos- negando lo evidente, es porque actualmente el comportamiento evolutivamente estable así lo requiere.
Nota:
Es evidente que sí existen recursos en occidente para haber salvado simulténamente a los 33 chilenos y a los miles de subdesarrollados que han muerto en su lugar, pero lo que debe quedar claro es lo siguiente: 1º No se ha hecho. Se salvó a 33 mineros en vez de a miles de africanos que finalmente murieron esta semana. 2º aunque se hubiese hecho, o se haga en el futuro, en casos similares, lo que debe ser evidente es que occidente jamás destinará al resto subdesarrollado mas que lo necesario para sacar provecho de ello. El 99% de los recursos de occidente se destinan -y destinarán no cabe duda- a occidente, y el 1% se presta al resto sólo como estrategia, y nunca de manera puramente altruista. Siempre se esperará algo a cambio, aunque sea de manera tan indirecta como obtener una buena publicidad favorable “mostrando” que somos muy buenos y altruistas.
Conclusión:
Aunque la hipócrita doble moral de occidente no puede tomarse como algo malo -esencialmente malo-, puesto que forma parte de la estrategia evolutiva -natural- que nos favorece a todos y cada uno de nosotros; si que me parece reprochable el no aceptarla; el negarla. Desde la ciencia natural es un hecho “objetivo” que dicha doble moral es un acto evolutivo, un autoengaño que todos compartimos, y que hemos desenmascarado desde la ciencia natural. Pero claro, como no podemos cambiar lo que somos -máquinas al servicio del gen-, lo único que nos queda es resignarnos y aceptar nuestra “verdadera moral”. Debemos dejar de ser hipócritas. Si finalmente llega ese día, el día que todos aceptemos la evidencia, ya no será necesario el autoengaño, y; aunque no seremos más “buenos” -porque no hay moral esencial de referencia-, al menos sí seremos menos hipócritas.
Nota. Está claro que ser menos hipócrita no es ningún objetivo esencial del ser humano -porque no existen tales objetivos-, pero, sin embargo; podría ser nuestra “salvación”, nuestro deseado “paraíso”. Me explico:
Desde las ciencias naturales, sabemos que existe una carrera armamentística evolutiva entre “engañar” y “detectar el engaño” para maximizar nuestro acopio de recursos y favorecer así nuestra supervivencia y la de los nuestros. El que mejor engaña obtendrá más beneficios en el mundo de altruismo recíproco del que formamos parte. Y, además, es evidente que la mejor forma de engañar es engañar “sin saberlo” -autoengaño-. Es la forma más eficaz de engaño y lo que da forma a gran parte de nuestro comportamiento. En particular, es lo que nos hace negar nuestra doble moral. No podemos aceptar que preferimos salvar a unos pocos de “los nuestros” antes que a muchos de “los otros”. No es algo evolutivamente estable...por ahora.
Lo crucial es que, ese estar atentos a los engaños y ese esfuerzo por engañar mejor, nos produce estrés y ansiedad. Un sufrimiento que se ve agravado por nuestra autoconciencia que no es más que una herramienta aparecida como medio para mejorar el engaño y la detección del engaño, pero con la triste disfunción añadida de permitirnos ser conscientes de nuestro sufrimiento -no sólo sufrimos sino que sufrimos porque sabemos que sufrimos y sufriremos hasta nuestra muerte-.
Y; aquí viene lo bueno, aunque está claro que jamás dejaremos de estar al servicio de los genes -luchando por su supervivencia y replicación-, si que podríamos crear conscientemente una estrategia evolutivamente estable que minimizase nuestro sufrimiento.
Si todos fuésemos sinceros con nuestras intenciones, si dejáramos el autoengaño -y el engaño consciente-, no sería necesario estar alerta constantemente. Podríamos homogeneizar el medio infinitamente, dejaríamos de necesitar verlas venir. Podríamos relajarnos, vivir en un mundo mejor, más sincero; donde no haría falta una moral “de cuarto de baño” para mantener la cohesión social.
Viviríamos como hormigas, sí; y, con el tiempo, dejaríamos el lastre que supone la autoconciencia. Volveríamos a la animalidad, y; aunque seguiríamos sufriendo, al menos no seríamos conscientes de ese sufrimiento. Eso es lo más parecido a un paraíso terrenal, y lo mejor a lo que puede aspirar el ser humano.
Pero vamos, soy consciente de que llevar a cabo este plan es una tarea titánica, que incluso podría no ser jamás viable como EEE. Pero, bueno; de utopías vive el hombre. Además, como dice Castrodeza, quizás la tecnociencia nos lleve al mismo fin, aunque por otros medios, claro.
- Bibliograífa recomendada:
Para aquellos que no hayan entendido mi argumento, o que quieran profundizar en el mismo, os recomiendo la siguiente bibliografía:
- “El Gen Egoísta” - Richard Dawkins.
- Nihilismo y Supervivencia - Carlos Castrodeza.
- La Darwinización del mundo - Carlos Castrodeza.
También os recomiendo el resto de libros de Richard Dawkins -especialmente sus primeros libros-, y las extensas referencias bibliográficas que traen los dos libros de Carlos Castrodeza.
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