Hace algo más de un mes que mi padre falleció y ya se va haciendo patente que el proceso de su borrado existencial está en marcha. Ya acabaron las condolencias y apenas se menciona su obra o su nombre. Ya nadie busca sus vídeos ni señala sus fotografías. Si fue bueno o malo, y los reproches que antaño le acompañaban también se fueron. Ya no importa que bebiera o que se emborrachara, ni que llevara una vida desordenada. Ya no importan sus rarezas ni su soledad. Ya no importa su rebeldía ni sus historias vividas que mil veces nos contó. Sus memorias junto con sus partícipes también se fueron. No queda apenas ya rastro de su vida y su sufrimiento, de su lucha continua. No queda nada ya de lo que un día fue. Ha sido borrado del mundo y de la historia. ¡Y sólo ha pasado un mes!
Y da igual lo que un día fue ahora ya no es nada, y nada será por el resto de la eternidad. La naturaleza es indiferente hacia el individuo; es indiferente hacia la raza, hacia el reino animal, hacia la vida en sí; el cosmos es simplemente una cruel maquinaría termodinámica. Sin razón ni sentido maś allá de ser del modo que es. También yo pasaré muy pronto al absoluto olvido universal. Mis acciones y decisiones serán borradas, mis aciertos y errores serán insignificantes. Caerá el velo de maya y se manifestará la maligna realidad: no somos nada, nunca lo hemos sido. El hecho de nacer no implica que seamos algo, eso es solo una ilusión cognitiva muy humana. La cruda verdad es que tan pronto como nacemos el olvido nos acecha en cada esquina y nos alcanza siempre. Miles de millones de personas ya fueron barridas del mundo, sin dejar rastro alguno. Otros tantos miles de millones correrán la misma suerte con el tiempo. Finalmente, de un modo u otro, nuestra especie desaparecerá y será reemplazada por otro fenómeno natural y caerá entonces sobre ella la completa aniquilación, y ya no sólo sobre todos nosotros como individuos sino también sobre toda nuestra obra como humanidad. La vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción. Sí, la vida es tragedia. Y es tragedia porque no sólo nuestro sacrificio como ser es en vano, sino porque además lo comprendemos; intuimos que nuestra vida es un sacrificio absurdo y a la vez inevitable, un sinsentido que no somos libres para no seguir. El olvido de mi padre me ha enseñado, quizás como última lección, que la conciencia no es nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas. Sinceramente os digo que no hay nada más execrable que la existencia.
Como escribió Miguel de Unamuno:
"Quitad la propia persistencia, y meditad lo que os dicen. ¡Sacrifícate por tus hijos! Y te sacrificarás por ellos, porque son tuyos, parte prolongación de ti, y ellos a su vez se sacrificarán por los suyos, y estos por los de ellos, y así irá, sin término, un sacrificio estéril del que nadie se aprovecha. Vine al mundo a hacer mi yo, y ¿qué será de nuestros yos todos? ¡Vive para la Verdad, el Bien, la Belleza! Ya veremos la suprema vanidad, y la suprema insinceridad de esta posición hipócrita."
De hecho, lo más cercano que podemos estar de pretender conocer algo dentro de este circo irracional que llamamos mundo, es lo que Leopardi magistralmente nos contó:
"Tiempo llegará en que este Universo y la Naturaleza misma se habrán extinguido. Y al modo de grandísimos reinos e imperios humanos y sus maravillosas acciones que fueron en otra edad famosísimas no queda hoy ni señal ni fama alguna, así igualmente del mundo entero y de las infinitas vicisitudes y calamidades de las cosas creadas no quedará ni un solo vestigio, sino un silencio desnudo y una quietud profundísima llenarán el espacio inmenso. Así este arcano admirable y espantoso de la existencia universal, antes de haberse declarado o dado a entender, se extinguirá y perderáse."
Esta es mi creencia; esta mi desesperación: la del insalvable sentimiento trágico de la vida.