"Amigo ¿en qué meditas? ¿En tus antepasados?
Polvo en el polvo. ¿En sus méritos?
Sonríe… Toma este cántaro y bebamos
escuchando serenamente el silencio del cosmos." (Omar Jayam)
Me gustaría en esta entrada haceros reflexionar sobre una importante pregunta que apenas tenemos tiempo de hacernos debido a nuestros numerosos y urgentes quehaceres diarios. Es muy probable que usted, querido lector, como miembro medio de la sociedad se preocupe (en general) por el futuro de la humanidad en temas sociales, políticos, económicos, energéticos, climáticos, etc. Pues bien, dígame amigo: ¿cuál cree que es la razón última (la verdadera) de toda esa preocupación social suya por unas generaciones futuras cuyos miembros es seguro que no conocerá? Cuando uno actúa preocupándose por el futuro social, es cierto que en parte lo hace por su comodidad presente y la de los suyos, pero indudablemente se trata de algo más: de mejorar el mundo también para todas las personas que resten por llegar a la vida. Sin embargo, y esta es la clave del asunto: ¿para qué sirve la propia vida humana que tanto deseamos mejorar? ¿cuál es ese destino por el que todos estamos abocados a luchar desde el mismo nacimiento?
En este sentido, Giacomo Leopardi se preguntaba en pleno siglo XIX en uno de sus poemas: "¿por qué alumbrar, por qué mantener vivo a aquel que, por nacer, es necesario consolar? Si la vida es desventura, ¿por qué continuamos soportándola?". Y por supuesto, tenemos también el revelador poema de Omar Jayam (1048-1131) que nos dice:
"Admitamos que hayas resuelto el enigma de la creación. ¿Cuál es tu destino?
Admitamos que hayas podido despojar a la Verdad de todos sus ropajes. ¿Cuál es tu destino?
Admitamos que hayas vivido cien años feliz
y que vivas cien años más. ¿Cuál es tu destino?"
Admitamos, como dice el poeta persa, que hemos resuelto el problema energético, que la ciencia lo sabe todo, que vivimos cientos de años con salud...¿cuál sería (aún) en tal caso nuestro destino? Como digo, constantemente los problemas diarios nos nublan tanto la mente (los problemas personales junto con los sociales), que casi no nos paramos nunca a reflexionar sobre la propia necesidad que estamos tratando de solucionar con tanto ahínco, y no es, hasta que damos (idealmente) todas nuestras necesidades por saciadas cuando podemos preguntarnos sobre la razón de tanto esfuerzo. Así pues, os repito de nuevo la pregunta: ¿Por qué y para qué tanta vehemencia como especie por continuar creciendo, consumiendo, y devorando recursos y energía a toda costa? ¿para qué continuar con tanto estrés replicando y criando personas; alargando en el tiempo de este modo ese yugo de la vida (la de todos) de continua lucha y necesidad? Es decir; que sí, que luchamos sin duda por el bien social: por mejorar el bienestar propio, el de los nuestros, y el de todos los que vendrán, pero...¡para qué! ¿cuál es el destino de esa larga cadena vital humana? ¿cuál es su finalidad?
Hablar de esta manera puede sonar sin duda pesimista, porque normalmente no pensamos nunca por qué hacemos lo que hacemos; pero eso no implica que no tenga sentido preguntarse de este modo: ¿para qué seguir dando cuerda al sonsonete de la vida ahora que ya sabemos (desde hace bastante más de un siglo) que todo nuestro ser como especie es fruto de un proceso evolutivo natural y sinsentido: el mero resultado mecánico de un acto natural espontáneo y ciego a cualquier fin racional que sea relevante (humanamente hablando)?
Vayamos más lejos: admitamos que finalmente hemos logrado colonizar otros mundos dejando atrás una Tierra devastada...¿cuál será (aún) en ese caso nuestro destino? Es decir; que tanto afán por llegar a Marte o por encontrar mundos habitables a los que llegar: ¿a qué fin sirve? Pues dadas las similitudes, cuando uno reflexiona sobre este anhelo colonizador, realmente todo apunta a que sólo somos simples microbios venidos a más, salvo que con la excepcional capacidad (o al menos el potencial) para ir saltando de placa de Petri en placa de Petri conforme los recursos de estas placas se agotan...
Y sin embargo, es seguro que muchos de ustedes aún se enroquen en la dulce musiquilla del sacrificio social, del amor a la progenie, del bien común, y demás cantinela. Leed en ese caso con atención estas palabras del maravilloso Miguel de Unamuno:
"Quitad la propia persistencia, y meditad lo que os dicen. ¡Sacrifícate por tus hijos! Y te sacrificarás por ellos, porque son tuyos, parte prolongación de ti, y ellos a su vez se sacrificarán por los suyos, y estos por los de ellos, y así irá, sin término, un sacrificio estéril del que nadie se aprovecha. Vine al mundo a hacer mi yo, y ¿qué será de nuestros yos todos? ¡Vive para la Verdad, el Bien, la Belleza! Ya veremos la suprema vanidad, y la suprema insinceridad de esta posición hipócrita." (fragmento de la obra: Del sentimiento trágico de la vida).
Todo el asunto del Bien social es pura hipocresía evolutiva (no necesariamente consciente), que nuestro cerebro se saca de la manga para continuar con el verdadero destino (el fin último) que no es por supuesto nada de todo eso. Admitamos lo evidente de una vez:
Nuestro destino, nuestro sino, es exactamente el mismo que el de cualquier cepa bacteriana. Vale entender a ésta para entendernos a nosotros. Y por lo tanto, ya podemos responder a la pregunta que nos hemos venido haciendo desde el principio: ¿Cuál es el verdadero destino de estas bacterias (y por lo tanto el nuestro)? Muy sencillo: consumir energía mientras se replican, y replicarse para consumir energía...y nada más.