lunes, 15 de abril de 2019

Sobre la imbecilidad de la consciencia cósmica

Tonterías del estilo de la hipótesis del Punto omega son necesarias para que la humanidad duerma tranquila pensando que hay algún modo de escapar ("salvarlse") del nihilismo inherente a la naturaleza del ser. Son propuestas sin fundamento alguno. Somos lo que somos y tarde o temprano todos nuestros "yoes" desaparecerán en la nada del frío cósmico. Ya sea de manera fortuita estilo meteorito, de manera adaptativa desapareciendo como tantos otros millones de especies ya lo hicieron antes de nosotros, o en el mejor (e improbable) de los casos cuando el Sol se convierta en una gigante roja o la expansión acelerada del Universo separe y enfríe el Universo hasta que el concepto de movimiento no tenga sentido ("muerte" termodinámica). El momento da igual, lo que importa es que nos pongamos como nos pongamos nuestro destino está sellado. Nuestro esfuerzo diario es inútil y nuestros ciclos vitales no van a construir nada que perdure para siempre. Llegarán y pasarán las generaciones hasta que el último ser consciente de su último aliento.Y luego, de nuevo la nada. Todo pasado será erosionado y erradicado. El olvido espera tras la esquina mientras nosotros nos peleamos cada día por mejorar algo condenado a la destrucción absoluta: da risa, por no decir lástima, la vehemencia con la que algunos luchan por cosas como la "República Catalana", el Brexit, y cosas por el estilo. Como si esos logros tuviesen alguna oportunidad de durar por siempre. Qué absurdo. La vida en general es un absurdo...que se convirtió en abominación cuando aparecieron evolutivamente por "error" fenómenos capaces de tomar "consciencia" de la propia "absurdidad" esencial (su maligna inutilidad).
Evidentemente, y visto lo visto, no nos queda más remedio que buscar una "salvación" racional para esta tragedia existencial que se abre ante nuestros ojos. Instintivamente obligados como marionetas a luchar por un mundo que la reflexión nos indica que no parece tener sentido objetivo y que, peor aún, "vuela" exponencialmente hacia su auto-aniquilación termodinámica. Así que imaginamos futuros de esperanza donde "algo" salva el fruto de nuestro dolor y sufrimiento. Queremos que la vida sea otra cosa más que vivir por vivir, y que el duro trabajo realizado durante cientos de generaciones de personas pasadas, presentes y futuras permanezcan de alguna manera.
Los menos imaginativos se dejan llevar por las promesas religiosas, mientras que los más exigentes deben buscar especulaciones pseudocientíficas del estilo de "conciencias" sobrehumanas con capacidades para doblegar las propias leyes naturales. Pero no es así como funciona la realidad. Simplemente no hay salvación. Hoy estamos aquí y mañana no quedará ni rastro de lo que somos, ni personalmente ni como especie. Adiós. Asumámoslo de una vez. Miremos por encima de ese velo de sesgo optimista que la evolución nos ha inscrito en el cerebro. Hace tiempo que los mejores pensadores ya nos lo adelantaron: "El destino del hombre no se distingue del destino del más vil gusano". Somos marionetas cuyos hilo mueve la esencia natural evolutiva del mundo: nuestro deber es consumir energía y degradar potenciales energéticos, o lo que es lo mismo: sobrevivir y reproducirnos lo máximo posible. Y así lo haremos probablemente durante varios milenios más. Y luego todo cambiará de un modo u otro hasta que el ser humano deje de ser humano. Y no hay nada más: el resto son cuentos.