De la filosofía de Schopenhauer, el mayor alcance práctico
que podemos sacar es descubrir el sinsentido de la vida, su falta de finalidad
esencial. Descubrirla como un producto causado sólo y únicamente por las leyes
de la naturaleza actuando en el espacio y el tiempo.
Y es que, siendo en esencia un producto de regularidades
entre causas y efectos en el espacio-tiempo, no podemos esperar ser en esencia
nada más que eso: aglomeración de materia al servicio de dichas regularidades.
El querer y la necesidad, fuentes del sufrimiento, no son más que abstracciones
que pueden reducirse a explicaciones físico-químicas básicas: Nuestra
complejidad estructural para mantenerse y reproducirse en el espacio-tiempo, y
de acuerdo a las leyes del mundo, deben constantemente conseguir y consumir
energía. Esa es la necesidad fundamental de la vida: conseguir y consumir
energía para mantener nuestra complejidad estructural en el tiempo. Una
necesidad ciega e irracional, producto espontáneo de leyes mecánicas.
No hay ética posible, no hay actos buenos y malos, no hay
nada. El arte es simplemente un pasatiempo más, y el ascetismo un quiero y no
puedo. No es posible negar lo que somos, porque no tenemos libertad de acción.
Somos materia reunida espontáneamente por las leyes del mundo, y eso seremos
mientras estemos vivos. La única manera de negar la vida es dejar de vivir.
Pero no nos equivoquemos, no nos creamos libres siquiera
para dejar de vivir cuando lo deseemos. Eso es sólo pura poesía. Estamos
programados por la ley de la evolución para sobrevivir y ayudar a los más
cercanos a toda costa, y eso es lo que haremos hasta el fin de nuestros días
-salvo que suframos alguna neuropatología, en cuyo caso la evolución a veces se
deshace del individuo defectuoso bajo la forma de un engañoso suicidio
voluntario-.
En mi opinión, Schopenhauer fue un increíble visionario al
descubrir en su tiempo, al hombre como un simple fenómeno más de la naturaleza,
producto y sujeto a las leyes del mundo, en el espacio y el tiempo. Fue realmente
un logro su descubrimiento de que todos los fenómenos del mundo, desde el más
simple o inorgánico hasta el más complejo como el hombre, simplemente es el
producto espontáneo de leyes naturales ciegas e irracionales. La ciencia
posteriormente le ha dado la razón.
Schopenhauer, a continuación, introduce su particular metafísica
sobre esos hechos empíricos, y relaciona las leyes del mundo actuando en el
espacio y el tiempo, como la objetivación de una cosa en sí, a la que llamó
Voluntad. Pero la voluntad, como metafísica que es, no es objeto de
conocimiento –al contrario de lo que piensa Schopenhauer-. Por último, la parte digamos
más positiva de su filosofía, el arte y
el ascetismo como negación de la voluntad de vida, es producto de esa
metafísica propuesta que nunca podremos conocer, por lo que no son de tener en
cuenta.
De lo único que podemos estar seguros es que somos esclavos
de lo que somos. Esclavos de la necesidad de energía, esclavos de las leyes del
mundo, esclavos de nuestro cerebro, y de la química de nuestro sistema
neuroendocrino.
No tenemos libertad de acción: actuamos como debemos. La
ilusión del libre albedrío consiste en que podemos hacer lo que queramos pero
no decidir lo que queremos. No hay escapatoria y no hay negación.
Añoremos mientras, nuestro pronto regreso al no ser, a la
inconsciencia, me parece el consuelo más
realista que tenemos para sobrellevar la realidad del mundo.
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