Bien, en primer lugar señalar lo evidente: no podemos justificar la
existencia del Mal y el Bien (con mayúsculas). Más bien al contrario, la
ciencia nos permite afirmar con gran probabilidad de acierto justo lo
contrario: que no hay en el mundo tal cosa. Ahora bien, también es
innegable que todos poseemos nuestros ideales sobre lo que creemos que
es malo o bueno; aunque, como veremos, se tratan de simples conceptos
cognitivos en la mente del individuo.
Nos encontramos con una
ilusión similar a la del aparente libre albedrío en el hombre: es cierto
que en toda cultura y en toda persona parece haber cierta
representación mental del mal y el bien, causa evidente de la enorme
ventaja adaptativa que poseer tal concepto ofrece al individuo para
vivir en sociedad, pero esa "universalidad" esconde el mayor
subjetivismo y relativismo posible. Lo que está bien o mal, no sólo
varía de una cultura a otra, de una época a otra, sino también de un
individuo a otro.
Cada grupo social y cada individuo toman por
bueno -y no siempre conscientemente, y ese es el motivo de que la
ilusión de universalidad persista- lo que le conviene para su bienestar,
y por malo, aquello que le perjudica o le podría perjudicar personal o
grupalmente. Como siempre, en el fondo se trata de tomar estrategias
adaptativas que mejoren nuestras probabilidades de éxito reproductivo y
de supervivencia.
Lo que es bueno en una cultura determinada en
un momento determinado, lo determina una estrategia evolutivamente
estable para ese ambiente social. Esas estrategias se van asociando
dinámicamente a nuestro concepto de bien (cumplir esa regla EE) y de mal
(incumplir esa regla EE). Así, con el tiempo, nuestro concepto de bien y
de mal se va moldeando y variando según sea nuestra situación personal y
social, es decir, según sean nuestras circunstancias. Si queréis
profundizar en el tema, aquí tenéis un estupendo documento introductorio
en la teoría de juegos y las estrategias evolutivamente estables (EEE):
http://fisica.cab.cnea.gov.ar/estadisti … juegos.pdf
Se suele decir que es imposible imaginar un mundo sin Mal. Es lógico, ya
que el mal (en minúsculas, el único que existe) surge del conflicto de
intereses en nuestra vida social e interpersonal. Para poder evitar el
mal, habría que evitar la conflictividad humana, algo completamente
inimaginable partiendo del hecho de que somos producto de un proceso
evolutivo consecuencia de una irremediable lucha natural por obtener los
escasos recursos del mundo (y no hay que entender por recursos sólo lo
material, sino también lo energético y el conjunto de servicios
básicos): es evidente que no hay de todo para todos y jamás lo habrá
–gracias a las leyes de la termodinámica-, por lo que es imposible
imaginar un mundo sin guerras ni conflictos, sin lucha de razas y
especies, sin robos, sin asesinatos, sin envidia, sin avaricia, sin
muerte, y en resumen; sin todas esas cosas que solemos asociar al
concepto de mal.
Esa es la clave del asunto: la lucha por los
recursos. En el ser humano, la sociedad necesita leyes o normas que
dicten qué está permitido hacer y qué no, y además, instintivamente, se
refuerzan esas normas asociándolas al concepto imaginario abstracto del
Bien y el Mal, tras lo cual el individuo, y dependiendo de sus
circunstancias personales, hará otro tanto, moldeando dinámicamente en
el tiempo su concepción de lo bueno y lo malo.
Y precisamente esa
subjetividad y relatividad es el gran problema que se encuentran
aquellos que intentan hacer de la ética una ciencia. Pretenden
universalizar un proceso cognitivo subjetivo del individuo: gran error.
Lo más parecido a universalizar la ética, puede venir si acaso, de la
mano de ciencias como la psicología evolucionista o de la sociobiología,
pero ya eso es otro cantar.