"El caído es un hombre como todos nosotros, con la diferencia de que no se ha
dignado a jugar el juego. Le criticamos y le huimos, le guardamos rencor por
haber revelado y expuesto nuestro secreto, le consideramos a justo título como
un miserable y un traidor."
(Emil Cioran)
Esta mañana mientras desayunaba en un bar me encontré con esta persona. Nunca había visto una cara de sufrimiento mayor. Clara representación de la mayor paradoja trágica de la vida. Fue angustioso observar de primera mano el modo en que ese caído perseveraba y se mantenía en la existencia a pesar de haber perdido todo contacto con los tres métodos de represión del consciente del que nos habló Zapffe (aislamiento, anclaje, y distracción); es decir, lo que nos mantiene a nosotros (los "no-caídos") obnubilados en la fantasía optimista de modo que aguantamos la vida, con más pena que gloria, a pesar del sinsentido existencial.
Pero como decimos, el caído no tiene ya dónde agarrarse, y aún así se salva a sí mismo inmerso en un huracán de sensaciones y emociones negativas. No llegan a dar el salto, y sufren por tanto de pleno todo el pánico vital desprotegidos ante el irrefrenable instinto de supervivencia que les empuja siempre hacia adelante como peleles, hasta que les llega la muerte...o la locura.
De hecho, a todos nos aterra con razón la visión del mendigo. Y es que nos aparecen como espejos de lo que nos depara el destino si no llegamos a obedecer fielmente los designios evolutivos. Si rechazamos jugar al juego natural; esto es, si no anclamos nuestra vida alrededor de un trabajo, una familia, un ideal; si nos atrevemos a rebelarnos al orden natural. El caído nos expulsa de nuestra ensoñación y nos muestra el modo en que la naturaleza nos ha creado: como esclavos, como marionetas, como somas dispuestos a ser desechados en cuanto cumplimos el único objetivo natural, la reproducción. Somos siervos de la esencia natural y física que nos dio lugar, y precisamente el abatido es el que nos enseña con claridad esta lección. Su dolor nos grita con fuerza: ¡obedece o sufrirás como nunca has podido siquiera imaginar! Y obedecemos, por supuesto; y aborrecemos la imagen del desdichado que dejó de obedecer y que nos revela ahora el secreto que aguarda nuestra existencia: no somos nada, no somos personas, somos marionetas humanas. Resortes autónomos dispuestos a la reproducción y a buscar excusas (anclajes y distracciones) con las que ocultar esta realidad. Mientras uno toma una cerveza en un bar (aislamiento de la realidad), con el fútbol de fondo (distracción) y pensando en sus quehaceres diarios (anclaje), la vida parece soportable, incluso apetecible. Pero ese pordiosero está ahí para recordarnos que en el fondo nada esencial nos separa de él, que son ilusiones psicológicas las que nos parecen llevar mejor vida. Quita esas represiones del consciente y observaras con claridad la crudeza existencial: el espanto vital, la inútil malignidad del mundo, el sinsentido evolutivo.