sábado, 22 de diciembre de 2018

El movimiento: la verdadera esencia del mundo

"Todo fluye, nada permanece" Heráclito de Éfeso (540 a.C. - 480 a.C.) 

Hay un hecho sorprendente de la realidad que solemos pasar por alto, quizás por culpa de la costumbre: en el mundo todo se encuentra en continuo movimiento. Pero no es sólo que todo, absolutamente todo, esté siempre cambiando en un interminable devenir; es que la esencia del propio Universo, esa base intangible e inmaterial que da forma de manera trascendente a las mismísimas leyes naturales que dicen luego cómo debe comportarse el fenómeno...directamente prohíben eso que solemos entender como reposo.
En el laboratorio observamos hace tiempo (conforme mejoraron las técnicas experimentales) que nada estaba en el mundo microscópico totalmente quieto, pero la cuestión más importante es que este hecho no refleja una limitación instrumental (práctica) nuestra, sino que representa un comportamiento esencial de la propia existencia, la cual dictamina por principio y como fundamento insoslayable, que la ausencia de movimiento es imposible. En este sentido, cada punto infinitesimal del espacio se ve obligado a participar en un flujo incesante de cambio fenomenológico. De todas formas este conocimiento teórico no es nuevo, y la física moderna dió cuenta de ello hace ya casi un siglo con sus matemáticas, siendo en este sentido posiblemente el principio de indeterminación de Heisenberg su máximo exponente:


Este principio, de hecho, es una descripción matemática asombrosamente sencilla de entender, donde mediante una simple inecuación vemos representada nada menos que la esencia más pura de lo que trasciende a nuestra realidad. Una regla matemática que pone cota inferior a la cantidad mínima de movimiento permitida en el mundo, siendo ésta la causa fundamental de que ningún fenómeno pueda permanecer inmutable en el tiempo. Como decimos todo cambia, cada minúsculo punto del Universo reverbera siempre sin remedio, aunque sólo sea gracias a las fluctuaciones del "vacío" cuántico. Y la demostración no podría ser más evidente: si algo en el mundo pudiese permanecer realmente inmutable entre dos instantes de tiempo, su posición no cambiaría, y por tanto no habría indeterminación alguna en su posición (Δx = 0; es decir, xfinal - xinicial = 0, o lo que es lo mismo: posición final = posición inicial = inmutabilidad). Del mismo modo tampoco poseería indeterminación su cantidad de movimiento (Δp = 0). Pero este hecho, de ser cierto, haría que la parte izquierda de la inecuación de Heisenberg valiese cero, lo cual contradice a la misma puesto que a la derecha tenemos la constante de Planck h, que es un número positivo distinto de cero. Por tanto, mediante reducción al absurdo se demuestra fácilmente que, puesto que el principio de indeterminación es indiscutiblemente parte fundamental de la existencia, no es posible que algo permanezca en reposo absoluto (inmutable) dentro del Universo ni siquiera por un instante: jamás.
Por lo tanto sí, querido Heráclito, todo fluye y nada permanece. El movimiento es inevitable, y la total aniquilación ("erosión") de toda estructura, sistema o ser fenoménico es simplemente cuestión de tiempo. Sin embargo, en el momento en que entendemos que absolutamente todo cambia sin cesar, ¿cómo podemos atrevernos ya a decir que algo "es"? Si nada es permanente, a excepción del incesante cambio, ¿cómo podemos defender siquiera que realmente exista algo aparte de este continuo flujo del conjunto de lo inmanente? Posiblemente, y a pesar de lo contraintuitivo que suene, es probable que todo lo que identificamos como objetos o sistemas independientes sean meras ilusiones cognitivas de nuestra mente evolutiva, siendo quizás lo único real el propio movimiento del continuo fenoménico.
Por último, llegados a este punto parece más que evidente que también eso que entendemos como Homo Sapiens (el ser humano), no es en sí nada independiente y externo del constante flujo del ser; y por tanto está condenado desde el principio a derivar y terminar cambiando por completo, más pronto que tarde, dentro de este fluir hasta acabar siendo irreconocible como el fenómeno que actualmente conformamos; borrándose además por el camino todo nuestro rastro existencial pasado, dada la constante erosión causada por el propio discurrir fenomenológico. Ciertamente ante estos pensamientos uno no puede más que reírse de la vehemencia con la que las personas (todas) perseguimos tantos objetivos que, a la vista de los hechos, sabemos ya a priori que pasarán irremediablemente a la historia universal como un mero centelleo cosmológico.
Pone uno las noticias en el televisor, y dan ganas de mofarse (por no llorar) ante la falta de visión de toda esa gente: cuánto enfrentamiento y sufrimiento, cuánta ira y rencor, que apasionado ímpetu en pos de absurdos, leves y ecuánimes ideales condenados desde el principio a desaparecer junto con todo lo demás en el fluir del tiempo. Realmente actuamos sin ser conscientes de que lo eterno es imposible; y de que el fruto o beneficio de cualquier tipo de lucha (personal o social) es realmente fugaz y efímero (siendo generosos). Creo que todos necesitaríamos leer más libros de historia, de geología, de biología, de física, y por supuesto, de cosmología. Quizás así, gracias al conocimiento del sinsentido existencial, podríamos por fin lograr un mundo mejor. ¡Qué mejor que la burla y la falta de aprecio ante nuestro absurdo destino (condenado desde el principio al olvido), como perfecto antídoto racional con el que refrenar ese impulsivo ardor instintivo que la evolución inscribió en nuestros cerebros de mono hace un par de millones de años!


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