"No hay derecho ninguno ni a la existencia, ni al trabajo, ni a la felicidad: el destino del hombre no se distingue del destino del más vil gusano." (Friedrich Nietzsche. Aforismo 753 de Voluntad de Poder)
Esta mañana, arreglando un poco el jardín de mi casa me topé con un gusano de tierra. Lo arrastré descuidadamente con el cepillo varia veces, hasta que en un momento dado me llamó la atención la vehemencia con la que se resistía a morir. Esa vehemencia puede no parecer tan sorprendente a primera vista, de hecho, es algo que se encuentra en cada uno de los seres vivos del planeta, incluidos todos los hombres.
Esa fue, de hecho, la observación que llevó a Schopenhauer a filosofar sobre la existencia de una Voluntad trascendente cuya representación reside en cada uno de los seres del mundo. De ese modo, esa vehemencia o ímpetu que observó en el gusano, sería algo así como el reflejo de una supuesta esencia trascendente y común a todos los seres vivos (y no vivos). Pero, bien argumentó el filósofo, esa Voluntad debía ser irracional, pura espontaneidad que no podía perseguir nada en concreto, salvo satisfacer un ciego deseo por ser y existir mediante diversas representaciones.
¿Por qué propuso el autor que esta hipotética esencia común era irracional? Pues por simple y llana observación. Ya fuera buscando en los hechos externos del mundo, o mediante la introspección en su propia persona, Schopenhauer no consiguió distinguir una finalidad racional para los actos naturales, más allá de una ciega y vehemente lucha por el ser y por satisfacer los designios del ser. En el caso del hombre en concreto, es evidente que todos sabemos lo qué queremos, y también que todos luchamos sin dudar por eso que queremos, pero no sabemos por qué queremos lo que queremos, ni parece que haya ninguna finalidad racional esencial detrás de esos imperiosos deseos que necesitamos saciar.
No, concluyó Schopenhauer. Si finalmente todos los seres vivos poseen una Voluntad común de la que son reflejo en el mundo, dicho ente trascendente no podía ser racional, puesto que no observaba racionalidad alguna en los designios de nada en el mundo. Por mucho que observaba, sólo descubría una vehemente ansiedad por el ser y el existir, y esa debía ser, por tanto, la esencia de la Voluntad que nos engendraba: un puro acto de querer ser, por el hecho de ser.
Muchos podréis pensar que todo está muy bien, pero que sólo es aceptable para el filosofar del siglo XIX, época en la que no se conocía gran parte de los avances científicos del siglo XX; pero eso no es cierto. En realidad, la ciencia no ha avanzado un sólo paso en la resolución de la pregunta con la que abro esta entrada: ¿por qué el gusano de mi jardín se resistió con tanto furor a desaparecer de la existencia?
Respuesta desde la biología.
La propuesta de la moderna biología a esta pregunta es bastante subjetiva: el gusano lucha por perpetuar la especie (o sus genes, según sea la teoría particular tomada). El ímpetu que lanza a ese gusano a sobrevivir a toda costa, sería por tanto una especie de "deseo" por perpetuar su especie (o las instrucciones moleculares almacenadas en su ADN). Es decir, que ese vehemente "deseo" común observado en todos los seres vivos por ser y persistir, la biología lo achaca al común origen evolutivo de todos ellos. Si nos fijamos bien, lo que la biología ha logrado es naturalizar los hechos observados por Schopenhauer. Y aunque se podría pensar que se habría refutado así la filosofía del autor, no es ese el caso:
Cuando Schopenhauer escribe su obra, la teoría de la evolución no había aparecido (y aunque llegó a conocerla en vida, estaba ya en su senectud y no creo que la entendiera realmente); de ahí que atribuyera directamente a una Voluntad trascendente ese deseo irracional distinguible en todo ser vivo por el acto de ser. Tas los avances en biología, ese "deseo" común pasó a describirse en función de un origen evolutivo natural. Sin embargo, y aquí está la clave, ese origen evolutivo es un acto ciego e irracional, un proceso espontáneo y mecánico más, que no puede servir de respuesta última racional al porqué de toda esa vehemencia por el ser. La propuesta de Schopenhauer continua en pié, salvo que hay que añadir un paso intermedio más que el autor no llegó a describir. Schopenhauer supo descubrir la voluntad latente en todo fenómeno del mundo, pero es que también se puede identificar de este mismo modo al proceso evolutivo en sí mismo, que podría no ser más que un fenómeno más, clara representación de la esencia de una Voluntad en el mundo. Ya que esa compleja estructura material que constituía el gusano de mi jardín, y que se resistía con todas sus fuerzas a desintegrarse, según la moderna biología debía esa conducta a su origen evolutivo natural, proceso ciego y espontáneo que precisamente premia sin motivo con la existencia, a aquellas estructuras que se afanan con mayor fuerza y vehemencia en seguir persistiendo. Muy bien podría ser esta tendencia evolutiva la mayor y más clara representación de una esencia trascendente de similares atributos.
Sin embargo, aunque la biología se queda aquí, incapaz de decir nada más desde su ámbito de estudio; aún podemos indagar un poco más en el problema que estamos estudiando superando a la propia biología, y buscando las leyes físicas subyacentes a sus principios.
Respuesta desde la física.
Hasta ahora, hemos visto que la vehemencia con la que los seres vivos se afanan a la existencia se debe al origen evolutivo de todos ellos (todos nosotros). El proceso evolutivo favorece la existencia de aquellas estructuras que más y mejor luchan por la existencia; de modo que todo ser vivo debe compartir en su ser este ansia por permanecer, ya que todo ser vivo comparte el mismo origen natural. Este es el origen natural de la voluntad (en minúsculas) que Schopenhauer supo generalizar con acierto a todo ser (incluido el hombre), y que también supo prever con acierto como resultado de una causa común universal, ciega e irracional (como efectivamente es la evolución).
Ahora bien, ¿qué es ese proceso evolutivo? ¿qué lo causa, por qué ocurre y con qué intención? Desde la biología casi ni se plantean estas preguntas, siendo en la rama de la física donde intentan dar respuestas a estos interrogantes. Se postula desde la física, que la evolución es un proceso mecánico más, que involucra a la materia ordinaria y al intercambio de energía, y que por lo tanto, el conjunto de leyes naturales, junto con las teorías físicas, deberían poder dar respuesta sobre el origen y desarrollo evolutivo. La cuestión aún no está zanjada del todo, y el consenso en la comunidad científica es vago, sin embargo, sí que parece que hay cierta unanimidad en relacionar de un modo u otro el potencial o la posibilidad de que ocurran fenómenos evolutivos complejos en el mundo con las leyes termodinámicas. Serían pues estas leyes termodinámicas, junto con el resto de fenómenos que estas determinan, las que posibilitarían los fenómenos evolutivos, siendo causa última así del potencial de aparición de toda la complejidad del mundo originada en los diferentes procesos evolutivos (en otras palabras: si la termodinámica fuese de otro modo, no serían posible los procesos mecánicos evolutivos, y por lo tanto, no habría ningún tipo de complejidad en el universo).
Toda esta línea de pensamiento la inició Erwin Schrödinger, y ha sido revisada sucesivamente. Hace precisamente apenas un año se han producido avances significativos al respecto, habiendo siendo estas ideas extendidas y formalizadas por un físico del MIT: Jeremy England. También hay más científicos estudiando en este sentido, valga de ejemplo, el reputado bioquímico Nick Lane con su libro The Vital Question: Why is life the way it is?.
Sea como fuere, de un modo u otro, estas teorías físicas se centran en que la aparición de cualquier estructura compleja (muy ordenada) en un entorno local, debe estar relacionada con una alta eficiencia para consumir energía y disipar calor. Es decir, que un alto orden local, debe relacionarse con la aparición de un desorden de igual grado de magnitud en un sistema más general que incluya al anterior. Más concretamente, la probabilidad de que cierta estructura compleja (muy ordenada) aparezca en el mundo, aumenta en relación directa con la capacidad y eficiencia que dicha estructura tenga para consumir energía y disipar calor al entorno. Esta postura es lógica, y parte de la base de que la termodinámica dicta que en el mundo el desorden total siempre debe ir en aumento, ya que los fenómenos del mundo se suceden hacia las configuraciones con mayor cantidad de estados favorables o compatibles. Esto lo formalizó Ludwig Boltzmann, con la sencilla fórmula:
donde Kb es una constante física, y el logaritmo representa el cociente entre el número de estados favorables de una configuración, entre el número de estados posibles del sistema. Por ejemplo; si suponemos que tiramos 100.000 monedas al aire, una configuración ordenada como sería la compuesta por todas las monedas cayendo de cara tiene pocos estados compatibles (de hecho sólo hay 1 estado compatible con dicha configuración, conteniendo el resto de estados posibles siempre alguna cruz), por lo tanto, es muy poco probable que el mundo, al tirar las monedas, vaya a parar a una configuración ordenada como la propuesta. Sin embargo, es muy factible que todo acabe en una de las muchas configuraciones donde el número de caras y cruces son casi las mismas. Te puedes preguntar, entonces, cómo es posible que en el mundo ocurran fenómenos astronómicamente más complejos que el anteriormente descrito con las caras. La respuesta es clara: los procesos evolutivos naturales se encargan de aumentar la probabilidad de estas configuraciones ordenadas. Imaginemos lo siguiente:
Vamos a volver a lanzar 100.000 monedas, pero ahora vamos a suponer que NO todas las monedas tienen el mismo valor (entrópico). Habrá monedas con valor 1, otras con valor 2, otras con valor 100, etc. Este símil viene a representar que algunas estructuras producen una cantidad de entropía distinta a otras en el proceso de su creación (al crearse una estructura, se invierte energía en el proceso; energía que se disipa en forma de calor, lo cual supone un determinado aumento de desorden global). Pues bien, la cuestión es que la probabilidad de un fenómeno complejo se calculará, no sólo a partir del orden que supone su estructura, sino también a partir de la cantidad de desorden que genere su creación y mantenimiento en el tiempo.
Por lo tanto, al lanzar un gran número de estas monedas, la probabilidad de que 100.000 salgan cara no vendrá calculada sólo por la fórmula de Ludwig Boltzmann (1), sino que habrá que ponderar el desorden generado por cada moneda individual junto con el orden total obtenido (técnicamente hablando, la fórmula (1) no aplica porque estamos tratando sistemas lejos del equilibrio térmico). De este modo, si el valor entrópico medio generado por el conjunto de monedas que caen cara supera cierto valor umbral, el universo favorecerá con la termodinámica la aparición de estas estructuras locales ordenadas, ya que suponen que el desorden neto conseguido es mayor (siempre que se disponga del tiempo suficiente para que la mejora en la probabilidad conseguida de este modo tenga tiempo de acontecer. Este hecho, ha sido formalizado recientemente por el ya citado físico, Jeremy England, mediante la siguiente ecuación:
(A grosso modo, indicar que el lado izquierdo de esta ecuación simboliza la probabilidad de que una estructura compleja surja, y que en el lado derecho, el primer término es el equivalente de la fórmula clásica de Ludwig Boltzmann (1), mientras que los otros tres términos son las correcciones entrópicas para sistemas lejos del equilibrio térmico que he mencionado antes con el símil de las monedas con distinto valor).
Se puede decir en resumen, que lo que el Universo determina es que el desorden aumente en el tiempo continuamente, siendo indiferente el modo en que este aumento ocurra. Así, pequeñas agrupaciones locales ordenadas pueden ir surgiendo, siempre que se acompañe de un aumento de mayor magnitud en el desorden global (en la fórmula (2), esto quiere decir que un bajo valor del primer término de la derecha -alta complejidad-, puede ser probable en el tiempo siempre que los otros tres términos sumen un alto valor, de modo que el valor neto del lado derecho al completo sea alto y viable). De este modo, pequeñas variaciones estructurales que aumenten el orden local, pero que mejoren al mismo tiempo un mayor nivel en la capacidad de esta estructura para generar desorden global (generalmente mediante la realización de trabajo, con el consiguiente consumo de energía y disipación de calor al ambiente), se verán favorecidas por las leyes termodinámicas. Este es precisamente el premio probabilístico que favorece la existencia de fenómenos complejos en el mundo. Esta tendencia natural, es el ímpetu espontáneo y ciego que permite y causa cualquier proceso evolutivo, incluida la evolución biológica.
Respuesta desde la metafísica.
Ya sabemos, pues, qué es objetivamente el proceso evolutivo, qué lo causa y por qué se produce. Sin duda, creo que Schopenhauer, de haber vivido lúcido todos estos avances científicos, habría estado de acuerdo con esta interpretación de los hechos. Es más, Schopenhauer ya supo ver esta relación aparente que existe entre la voluntad (en minúsculas) de todo ser vivo, con el ímpetu o impulso que sufren los seres inertes en su devenir (al igual que hace la ciencia moderna, que no distingue a nivel físico diferencia alguna entre la composición y la dinámica básica entre un fenómeno vivo y otro inerte). Humanismo y ciencia se abrazan así de la mano, en lo que es una de las (creo) pocas excepciones históricas.
Pero ahora bien, aunque ya sabemos qué es objetivamente el proceso natural evolutivo, aún nos queda una cuestión fundamental: ¿Qué son esas leyes termodinámicas en sí? o, lo que es lo mismo: ¿qué hay detrás de esa tendencia o
ímpetu natural que rige y determina regularmente todo fenómeno del mundo? ¿Existe alguna entelequia trascendente para este ser así? y en tal caso, ¿cuál podría ser su esencia?
Schopenhauer relaciona esta tendencia o ímpetu universal observado, con un ente desconocido e incognoscible en esencia, que transciende el mundo en que residimos. Un ente, al que denominó Voluntad (ahora sí, con mayúsculas), y del que sólo podemos entrever lo que inferimos de su representación en el mundo: el modo en que se comportan los fenómenos.
Mediante esta observación fenomenológica (incluyendo la introspección en su propio ser), el maestro de Daizing, no descubre más que dolor y lucha; una ferviente y vehemente lucha por satisfacer continuas e innumerables necesidades; pero, por otra parte, no descubre ningún fin racional concreto para tal frenesí. En palabras del propio autor:
"Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir... Y así sucesivamente por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas." (Parerga y Paralipómena).Sin duda el mundo es tal y como lo describe este autor: los hombres criamos ganado que devoran vegetales; ganado que luego devoramos nosotros. Más tarde las bacterias y parásitos devoran a los hombres (cuando no son los propios hombres quienes se devoran entre sí), y ciertos hongos devoran a las bacterias, etc. y así por los siglos de los siglos, mientras la Tierra aguante. Todo sin un motivo racional aparente, simplemente por una terca necesidad o voluntad de ser y existir.
A partir de esta reflexión, Schopenhauer deduce que ese ente trascendente del que el mundo es su representación (la Voluntad), debe ser igualmente una entidad ciega e irracional, cuyo único propósito es ser y existir de todas las formas imaginables, pero para nada en concreto, para nada más allá que el hecho de satisfacer la pura necesidad del ser por el ser. A parte de esto (como buen seguidor de Immanuel Kant), el filósofo reconoce que poco más se puede intuir de este ente trascendente.
Por otra parte, los científicos normalmente renuncian a dar respuesta a esta fundamental cuestión a la que hemos llegado: ¿Qué son esas leyes termodinámicas en sí? Porque si el origen último de la vehemencia observada por la existencia reside finalmente en estas leyes de la dinámica, ¿por qué sigue el mundo precisamente estas leyes? Normalmente la ciencia, ante tales cuestiones, se afana en tomar la postura del principio antrópico: si el mundo siguiese otras leyes, no podríamos estar nosotros aquí preguntándonos por qué esas leyes son como son: fuente de un ímpetu existencial. Por lo tanto, las leyes impelen necesidad de ser porque de otro modo no habría seres que observasen esa necesidad de ser. Un círculo vicioso que en el fondo no dice nada del asunto: ¡ya sabemos que las leyes determinan finalmente una necesidad por el ser, y que si las leyes no fuesen tales que determinasen necesidad de ser no habría seres con dicha necesidad de ser! ¡pero es que eso no me explica por qué las leyes determinan la necesidad de ser! sólo me dicen lo evidente, que si no fuesen así no habría tal necesidad. La ciencia parece realmente incapaz de dar cuenta de este problema.
Y no es que se escatimen esfuerzos en intentar responder. En un intento por reforzar la postura del principio antrópico, se especula hace tiempo con la idea del multiverso. No habría un mundo, sino muchos más universos a parte del nuestro. En algunos, las leyes son tales que aparecen seres complejos con una necesidad vehemente por el ser, y en otros no ocurrirían tales fenómenos. Las leyes de nuestro mundo serían así un subconjunto del conjunto de leyes potencialmente posibles en el multiverso. Muy bien pero, ¿qué son ese conjunto de leyes posibles para los universos burbuja? ¿por qué es el multiverso tal que permite que ciertos mundos hijos den lugar a fenómenos que vehementemente y sin motivo razonable se afanen por seguir siendo? Bien podría no haber habido nada, o podría haber habido un multiverso incapaz de albergar complejidad en ninguno de sus hijos. Pero no es ese el caso, y no explican por qué las cosas son como son en lugar de ser de otro modo: en realidad no explican nada.
Otra corriente cosmológica (liderada tradicionalmente por Roger Penrose), postula la eternidad de un único Universo (el nuestro), el cual sufre de diferentes ciclos o eónes, cada uno con una seria de leyes diferentes e independientes. Las leyes concretas de algunos eónes serían tales que permiten la aparición de seres afanados por permanecer en la existencia sin ninguna finalidad esencial, mientras que en otros eónes no sucederán tales fenómenos. De acuerdo pero, ¿qué son en sí ese conjunto de leyes posibles para los distintos eónes? ¿por qué son ese eterno Universo y sus potenciales leyes tales que permiten que ciertos eónes den lugar a fenómenos que vehementemente y sin motivo razonable se afanan por seguir existiendo? En resumidas cuentas: ¿por qué este eterno Universo es como es lugar de ser de otro modo (o simplemente no ser). Tampoco lo explican. La ciencia se atasca, aún cuando hace filosofía disfrazada.
Luego tenemos las diversas propuestas de la (sin)razón pura intentando salir al rescate...y no haciendo más que el ridículo (en mi opinión). Hablo, por supuesto, de las diversas propuestas teológicas (casi siempre, por no decir siempre, a las órdenes de la "Verdad" revelada de turno). El Papa Juan Pablo II (el Santo), para no ir más lejos, aceptó la evolución y teoría del Big Bang como hechos, aún cuando seguramente no supiera lo que es un logaritmo, y cuando el propio Big Bang es aún una propuesta lejos de haber sido realmente corroborada ni aceptada por toda la comunidad científica (hay alternativas, como la arriba descrita de los eternos ciclos, que cuadran mejor con algunos hechos empíricos aún no integrados en ninguna teoría física: como, por ejemplo, la energía oscura). Pero bueno, la cuestión es que ciertos teólogos (en realidad, los más honestos) se rinden a la evidencia experimental, y aceptan todo lo que la ciencia dice, hasta llegar justo al punto en que nos hemos preguntado arriba sobre el porqué de la propia física. Ahí sacan pecho, y únicamente desde la razón pura, especulan con lo que les conviene:
No se molestan, por lo tanto, como hiciera Schopenhauer, en pretender inferir una posible trascendencia a partir de los hechos empíricos del mundo, sino que se inventan literalmente lo que sus sentimientos les piden: si sufren y sienten dolor; y si además son conscientes del sinsentido de esa lucha insoslayable por el mero ser, ellos sienten y desean que un Padre celestial les consuele y les gratifique con otra vida mejor. Por lo tanto, la hipotética transcendencia que proponen va a consistir precisamente en todo lo que necesitan: un humanizado amor y comprensión a raudales. Proponen el consuelo que les falta, y la justicia que no observan. En palabras de Sigmund Freud:
"Sería muy simpático que existiera Dios, que hubiese creado el mundo y fuese una benevolente providencia; que existieran un orden moral en el universo y una vida futura; pero es un hecho muy sorprendente el que todo esto sea exactamente lo que nosotros nos sentimos obligados a desear que exista."Ante la realidad pésima del mundo, ellos hacen los malabares necesarios para sacar consuelo del destino más cruel imaginable. Un paradójico pataleo existencial, claro signo de la debilidad y de dolor.
¿Entonces qué?
Pues, siendo realistas, e intentando ser congruentes con los hechos, tenemos cuatro vías lógicas que seguir para responder sobre la causa última de la terquedad por el ser. Dejando de lado otras propuestas de fantasía; ideadas a imagen y semejanza de las necesidades humanas, y de su necesitado consuelo, probablemente sean pues cuatro, los grupos explicativos que englobarían toda posibilidad para la pregunta que inició este artículo: el hecho de la vehemencia con la que el gusano de mi jardín luchaba por su existencia. Estos grupos son:
1º) Existe un ente trascendente, pero es un ser irracional y ciego de sentidos, el cual espontáneamente dio lugar a este mundo esencialmente sinsentido que vemos. Ese trascendente e irracional deseo simplemente por el ser, sería representación en nuestro mundo de la vehemencia existencial de los fenómenos aparecidos gracias al proceso evolutivo. Esta postura es la tomada por Schopenhauer, por ejemplo, con su Voluntad.
2º) Existe un ente trascendente, y es un ser racional, que por algún motivo oculto dio lugar a un mundo como el nuestro, pero siendo indiferente al destino de los fenómenos del mismo. Esta postura, por ejemplo, es la tomada por Mainländer con su Dios redentor. Según Philipp Mainländer, Dios fue un ente trascendente racional, cuyo deseo por dejar de ser, lo llevaron a autoaniquilarse en un intento por dejar su eterna existencia: La historia universal sería así la oscura agonía de esos fragmentos que se irán apagando conforme la segunda ley de la termodinámica haga su trabajo (¡que bien cuadra su postura con la teoría física que habla de la muerte térmica del universo!). Otra hipótesis de este grupo, podría ser la de que un ente (o entes) trascendentes, han creado nuestro mundo con algún propósito instrumental: quizás nuestro Universo sea sólo una enorme máquina que suple de energía térmica una realidad externa superior: ¿por qué no? También tiene cabida aquí la teoría de Matrix, donde todo nuestro Universo podría no ser más que producto de la computación de un ordenador trascendental. En este caso, es el ente trascendental que crea ese computador el ser racional de oscuras intenciones.
3º) No existe nada trascendente. Lo que hay son sólo un conjunto potencial de leyes (las del multiverso, por ejemplo), que son y siempre han sido como son, y las cuales dan lugar a todo tipo de fenómenos, incluida la vida (panteísmo). No hay razón ni motivo más allá, todo simplemente es como es. Aquí caben las propuestas cosmológicas del Big Bang y de los eternos ciclos, por ejemplo. Las cosas son como son, y nada externo a la realidad influye para nada en la propia realidad. Por otro lado, las leyes son procesos espontáneos e irracionales, por lo que los fenómenos que constituyen no pueden poseer, en esencia, ningún sentido o finalidad: es decir; que también los fenómenos del mundo son simplemente como son, sin ningún motivo ni destino concreto más allá del ser por el ser. La historia del dolor y el sufrimiento observado, del fervor por persistir, caen por tanto en el absurdo saco del ser así porque así debe ser y punto.
4º) La pregunta por la causa esencial sobre por qué el gusano de mi jardín luchaba por su existencia, es incognoscible. Habrá o no habrá respuesta más allá de la física, pero tal respuesta no es abarcable por la razón humana. Esta postura, lleva al paradójico sentimiento de que un ser racional consciente, no es capaz al mismo tiempo, de dar una respuesta desde la razón a la causa de su propio ser y su cruel destino. El hombre así, ante la búsqueda de una razón para el desconsuelo de su sino, se encuentra limitado al sinsentido. Esta situación, se transforma finalmente en un sentimiento de absurdo por el mundo y la existencia en sí. Un proceder argumental similar (usando también en parte las conclusiones del punto 3º), fue el que guió, por ejemplo, a Albert Camus, a su filosofía del absurdo.
Conclusión.
Si eres del tipo de persona fuertemente optimista por naturaleza, que filosofa sobre lo bonita que (también) es (en parte) la vida, leyendo un libro al sol en la barra de un bar, mientras te comes una hamburguesa con un refresco en la mano; pues quizás todo lo dicho en el punto anterior no te parezca de tanta importancia. Sin embargo, si eres alguien consciente y realista, que empatiza con los miles de millones de personas que no tienen tanta suerte y que literalmente mueren a diario de hambre, de sed, o con las entrañas comidas literalmente por parásitos, si sientes el dolor de todas esas personas que viven y sufren enfermas o con un miedo constante a que la simple picadura de un mosquito pueda contagiar de malaria a su hijo, entonces lo anteriormente dicho ya toma otro cariz: porque, siendo honestos, todos deberíamos cuestionarnos profundamente el sentido de tanta lucha, dolor y sufrimiento.
Pues bien, si la postura del primer o del tercer grupo son ciertas (no hay trascendencia o, sí la hay, es un ente irracional), la realidad en un sentido antrópico sería totalmente pésima, ya que no habría ningún sentido o finalidad para toda la lucha y el dolor observado en el mundo; y no sólo a nivel natural (cosa que desde Darwin ya más o menos todos aceptan), sino también a nivel supranatural. El sufrimiento sería algo no motivado e injustificado; y la vehemencia con la que hacemos frente a la existencia, sería precisamente mera consecuencia de lo que somos y del modo en que somos: seres que luchan y sufren por el simple hecho de ser y seguir siendo (y con la certidumbre de resultar vencidos, como diría Schopenhauer). Ciertamente, sólo un enfermizo e irracional optimismo programado evolutivamente en nuestro cerebro (léase al respecto, el estudio de la científica Tali Sharot), puede hacer a una persona no ver estos hechos como síntomas de una pésima realidad para el mundo.
Peor es la situación, sin duda; si finalmente hay una trascendencia y esta consiste en ser un ente racional. Es decir; que detrás de todo este pariré observado haya una intención. Si esto es así, es de perogrullo que tal racionalidad no puede más que esconder un oscuro sadismo, o una indiferencia instrumental para con algún fin concreto (algo similar a como en occidente nos aprovechamos del tercer mundo para mejorar nuestras vidas, ignorando su sufrimiento por conveniencia). Y no cabe en cabeza que dicha racionalidad sea un poderoso y preocupado creador, y que al mismo tiempo permanezca sentado en una silla mientras un niño muere, por ejemplo; de cáncer cerebral. Es ridículo e incongruente; y la postura de achacar esta incongruencia al "misterio", me parece un chiste de muy mal gusto, Sinceramente, espero que no sea el caso de que alguna racionalidad se esconda tras el mundo ya que, por mi parte, no recibiría más que odio y desprecio por su actitud, sea cual sea el motivo que lo empujara a crear el universo (porque, repito, no soy capaz de imaginar un motivo, por muy oculto o misterioso que se pretenda, capaz de justificar un acto de sadismo tal).
Si, finalmente, se da el caso de que haya algo parecido a una trascendencia, pero cuya realidad escape de la capacidad racional humana de comprensión, tampoco veo mucho mejor el asunto. Cualquier "motivo" o "causa" que escape de la inteligencia humana, no puede estar relaciona directamente con la vida humana. Es decir; que si el hecho trascendente que da lugar a este mundo no es abarcable por nuestra mente, es muy probable que dicho motivo no esté relacionado con nuestro ser concreto, y que, por lo tanto, sea indiferente a él. En tal caso, lo dicho antes respecto del primer o tercer grupo aplica de nuevo o, como poco, aplica la filosofía del absurdo de Albert Camus: el hecho de no poder dar respuesta desde la razón humana a la causa última de nuestro propio fatal destino, y terminando la búsqueda por la razón de nuestro sino limitada al sinsentido, es lógico llegar a un sentimiento de absurdo por el mundo y por la existencia en sí mismas.
El optimismo es pues, sólo una ilusión evolutivamente estable. Cuando estudiamos de un modo objetivo el destino del gusano humano, no queda lugar más que para la pésima constatación de nuestra situación en la realidad.
Un saludo a todos.
Junta un par de artículos como este y saca un libro macho... por cierto Penrose no se parece sospechosamente a Artur Mas?
ResponderEliminarJajajajaja...sí, la verdad es que sí, que se parece bastante XDDD
EliminarUn abrazo, David.
Un abrazo Samu :)
Eliminarme gustado mucho!! ya llevo dos textos tuyos que terminan invocando a la "ilusión". La vida es una barca, como diría Calderón de la Mierda...
ResponderEliminarDos cosillas entre la infinidad que podría poner sobre la mesa:
ResponderEliminar•Respeto al gusano: “la vehemencia con la que se resistía morir”.
¿Morir sin “realidad de muerte” es realmente morir?.
Camus decía que el único tema transcendentemente importante es el del suicidio, tema poco gusanil. Bueno es propio del “gusano humano”.
Un gusano no puede suicidarse, no puede “morir humanamente” bicho alguno que no esté en la realidad de ESTAR viviendo, solo puede “morir biológicamente”. Ese gusano muere desde la óptica de un ser humano (usted), que sí está (su persona y no simplemente su cuerpo) en la realidad de vivir. Pero no haga humano al gusano para hacer gusano al hombre.
Este asunto, la actualización de la realidad como “realidad de estar uno en ella”, no es baladí. Toda la problemática se origina allí. Usted, por ejemplo, no habla de la muerte del gusano en el fondo, sino de su muerte desde la actividad del gusano y su rastrillo. Hablar objetivamente de la muerte del gusano (al margen de su estar allí viéndola) sería equivalente a preguntarse por algo como esto: ¿Por qué las rocas resisten vehementemente su “forma actual de ser” los golpeos continuos de las olas?
• La falta de explicación que encuentra en la ciencia a su pregunta
La pregunta (¿por qué trata de no morir el gusano?), como en el fondo refiere no al mero “golpear de las olas en las rocas” sino que en el fondo remite a la necesidad de explicación a la que se lanza usted colocándose en ámbito de búsqueda, y que está transcendiendo los procesos físicos mismos que le interpelan, es acientifica; es lógicamente imposible de dar respuesta científica a aquello que no tiene sentido de respuesta desde lo que significa dar una respuesta científica. Le remito a lo que cuenta sobre este asunto Jesus Zamora Bonilla (¿Puede la ciencia explicarlo todo?, en sus blogs), yo no puedo añadir nada más. Vivimos en el más absoluto de los misterios.
• “imperiosos deseos que necesitamos saciar”
No, no. No es sólo eso, ni mucho menos. No queremos saciar los deseos, sino que queremos desear querer y queremos desear. El “queremos” (la voluntad) no viene del mero desear (cosa que sí hace el animal no humano), sino que viene del ESTAR en una realidad con deseos y deseada de la que hay que hacerse inevitablemente cargo. Por eso usted va más allá del mero desear . Si todo fuera cuestión de deseo (me refiero a la realidad físico-biológica del desear) no sería posible estar situados en un ámbito del sinsentido. El que se deja llevar por los deseos no se pregunta por el sinsentido de la vida, simplemente desea esto, aquello o lo otro, y bastante faena tiene con ello. Pero al transcender los “deseos gusaniles” y hacernos “gusanos humanos”…mmm… eso cambia la realidad del ESTAR en la realidad y surge la pregunta: ¿Qué sentido tiene el sinsentido?
Un saludo.
Gran aportación a la vigencia de lo que vislumbró Schopenhauer. Solo hecho de menos la referencia al aburrimiento ontológico que es lo que resultaría básicamente de la supresión del dolor. La vida es una trampa perfecta.
ResponderEliminarMi más sincera felicitación.
Gracias, Kronum.
EliminarUn saludo.